Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. (Isaías 53:7)
En el injusto juicio al que sometieron al Señor Jesús, los que conocían los textos sagrados, como los jefes religiosos responsables de su muerte, deberían haber recordado la profecía relacionada con el servidor de Dios, mencionada en el versículo de hoy. Digo esto debido a la insistencia en demandar que el Señor hablase cuando lo estaban enjuiciando en el sanedrín.
Con relación al silencio del Señor, en el libro de Salmos se nos dice: «Mas yo, como si fuera sordo, no oigo; y soy como mudo que no abre la boca. Soy, pues, como un hombre que no oye, y en cuya boca no hay reprensiones» (Salmos 38:13-14). Asimismo, dice: «Enmudecí, no abrí mi boca, porque tú lo hiciste» (Salmo 39:9). Estos versículos proféticos anunciaban el silencio del Señor durante los juicios, el castigo físico, las burlas y al recibir el juicio divino estando en la cruz del Calvario.
Por lo tanto, se puede decir que este silencio del Señor es un silencio elocuente, un silencio que resuena en el tiempo, porque teniendo no solo el derecho, sino también la autoridad moral para hablar, el Señor decide callar por amor de nosotros, criaturas sumidas en nuestros delitos y pecados (Efesios 2:1). Aun en su silencio el Señor nos muestra su amor, lo cual nos habla de cuán profundo es este, ya que si hubiese hablado, por ejemplo, podría haber pedido las doce legiones de ángeles para ser librado (Mateo 26:53). ¿Merecíamos tal expresión de amor? ¡En lo más mínimo! Pero aun así el Hijo de Dios nos hace receptores del mismo.
¿Cuándo se rompió este silencio? Cuando el Señor hace una pregunta retórica, pues sabía la respuesta, pero fue su dolor hablando al decir: «Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? Que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Marcos 15:34). Ciertamente el silencio del Señor debe dejarnos sin palabras a nosotros; no obstante, debemos elevar nuestras voces y alabarle porque merece toda nuestra adoración tras sufrir en silencio por nosotros.
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