Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. (1 Corintios 2:2)
Como a muchas personas, a mi vecino no le gusta que le hable de Jesús. Un día me dijo: —Usted no deja de hablar de Jesús. No importa la religión, lo que vale es tener respeto a Dios.
En efecto, el respeto a Dios es de gran importancia. Justamente, ¿no es faltarle el respeto poner en duda lo que nos dice, no reconocer sus derechos como creador y como Dios justo y santo, a quien sus criaturas tendrán que dar cuenta algún día? ¿No empieza ese respeto precisamente escuchando lo que proclama en su Palabra y recibiendo el mensaje que dio al hombre: «Dios… nos ha hablado por el Hijo» (Hebreos 1:2) cuando envió a su Hijo a morir y liberar al hombre de su miseria?
El verdadero respeto a Dios conduce a la verdadera fe, a la que importa, no se trata de una simple religión, sino de una fe para vivir y para morir; una fe que ilumina la vida cuando todo se oscurece, y que es un recurso en los momentos difíciles.
La fe es creer en un Dios de amor que quiere la liberación y la salvación del ser humano y por eso dio a su Hijo. Bien dijo el Señor Jesús: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Finalmente, la fe consiste en creer en el Hijo de Dios, quien amó al ser humano hasta morir por él (Gálatas 2:20).
Rehusar oír hablar de Jesús es faltarle el respeto al Hijo de Dios, menospreciar el amor de Dios y, por consiguiente, a Dios mismo.
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