Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución. (2 Timoteo 3:12)
Ignacio de Antioquía, discípulo del apóstol Juan, escribió siete cartas cuando iba camino de ser martirizado en el circo romano. En la carta que le escribe a la iglesia de Éfeso, les dice lo siguiente:
«... siendo imitadores de Dios, y habiendo sido encendidos vuestros corazones en la sangre de Dios, habéis cumplido perfectamente la obra que os era apropiada; por cuanto oísteis que yo había emprendido el camino desde Siria, en cadenas, por amor del Nombre y esperanza comunes, y esperaba, por medio de vuestras oraciones, luchar con éxito con las fieras en Roma, para que, habiéndolo conseguido, pudiera tener el poder de ser un discípulo».
Estas palabras (las destacadas en negrita), siempre me impresionan, porque los hermanos de aquellos primeros siglos se consideraban discípulos del Señor, solo si padecían por su nombre. Los apóstoles fueron los primeros en gozarse de esto, pues dice: «y llamando a los apóstoles, después de azotarlos, les intimaron que no hablasen en el nombre de Jesús, y los pusieron en libertad. Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre» (Hechos 5:40–41).
El jueves de la semana pasada, un matrimonio de misioneros, Davy Lloyd (23 años) y Natalie Lloyd (21 años), fueron asesinados por hombres de las bandas armadas que tienen como rehén a Haití desde ya hace un tiempo. El día domingo, que fue cuando me enteré de la noticia, uno de los pensamientos que vinieron a mi cabeza fue: ¿estoy dispuesto a dar mi vida por Cristo? Si llegan a perseguirme, ¿pagaría el precio por ser cristiano?
Ciertamente, esta pregunta nos parece muy lejana, porque en este lado del mundo, nadie nos persigue, nos martiriza, nos golpea, nos encarcela, etc. por ser cristianos. Vivimos en países donde no hay un precio que pagar por seguir a Jesús. Pero, ¿cuánto estamos dispuestos a hacer y a dar por el nombre de Cristo?
Debemos ser honestos, mis hermanos, nos cuesta el compromiso con Dios, es poco lo que hacemos para Él, y fallamos hasta en lo más básico de la obediencia, y a decir verdad, no queremos padecer por Cristo. Recordemos que su Palabra nos dice: «Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas» (1 Pedro 2:21).
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