Engaño hay en el corazón de los que piensan el mal; pero alegría en el de los que piensan el bien. (Proverbios 12:20)
Un doctor me contó que dos pacientes fueron diagnosticados el mismo día; uno de ellos estaba seriamente enfermo, sin ninguna esperanza, según se creía; el otro no tenía nada serio y se esperaba que pronto sanaría. Los dos diagnósticos se escribieron, pero se enviaron en sobres equivocados. El enfermo que no tenía esperanza de salvarse se recobró, pero el otro murió. Murió de miedo; no de enfermedad.
A las personas que se mueven en el mundo del esoterismo les gusta hablar «del poder de la mente» y de cómo los seres humanos podemos tomar el control de nuestras vidas —y de paso mejorarlas, dicen ellos— únicamente usando nuestras mentes. Hay cientos de libros que nos hablan al respecto. Aunque lo cierto es que los pensamientos reflejan lo que hay dentro de nuestros corazones, por ejemplo, dice en Proverbios 23:6–7: «No comas pan con el avaro, ni codicies sus manjares; porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él [énfasis añadido]. Come y bebe, te dirá; mas su corazón no está contigo». Otro ejemplo de la relación entre mente y corazón nos la da Dios en Génesis 6:5, «Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos [énfasis añadido] era de continuo solamente el mal».
Pero aquí está el problema: Nuestro corazón es engañoso más que todas las cosas y perverso (Jeremías 17:9), por tanto, desviará nuestra mente por caminos equivocados. De ahí que Dios haya dicho: «Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte» (Proverbios 14:12). Entonces, sí, los pensamientos son importantes e influyen en nuestras vidas. Pero ¿cómo podremos guardarnos de extraviarnos al seguirlos? La respuesta la da Dios:
Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. (Filipenses 4:8)
Mis hermanos, no tomemos a la ligera lo que Dios nos enseña acerca de nuestros pensamientos y corazones. Obedezcamos lo que nos manda y procuremos llenar nuestras mentes y corazones de su Palabra, de esta manera evitaremos caer presa de nuestro engañoso y perverso corazón.
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