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El poder de la oración



Sacrifica a Dios alabanza, y paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia; te libraré, y tú me honrarás. (Salmos 50:14–15)


Era invierno y como a menudo sucede en esa época del año entre Estados Unidos y Canadá, una tempestad de nieve se levantó repentinamente. ¡Qué desgracia para los pilotos de avionetas que se ven sorprendidos por la tormenta!


Uno de esos días, un misionero cristiano iba a Canadá a bordo de su cessna. Se había quedado sin visibilidad, sin radio, y el hielo hacía que la avioneta se volviera cada vez más pesada. Un fuerte viento lateral soplaba. Y de alguna forma el misionero tenía que tratar de aterrizar. Sin embargo, además de las inclemencias del clima, solo una rueda del tren de aterrizaje funcionaba, pues la otra quedó bloqueada. Más encima no podía llamar a los suyos para pedirles que se uniesen a sus súplicas a Dios. Pero Dios estaba velando sobre su siervo. Este viento lateral, tan temido por los pilotos, equilibró el ala del avión del lado donde estaba bloqueada la rueda. Esto permitió que el piloto pudiese aterrizar sin problemas sobre la única rueda que funcionó.


Algunos días después, el piloto se enteró de que a la misma hora en que él había estado en peligro, un hermano en la fe, que no había podido asistir a la reunión de oración debido al mal tiempo, había estado orando mucho por él en su casa. Cumpliéndose así las promesas de Dios: «La oración eficaz del justo puede mucho» (Santiago 5:16).


¡Qué poderosa es la oración! Pero no es poder que salga del hombre, sino que es Dios, el Todopoderoso, oyendo las oraciones de sus criaturas. Es muy necesario que reconozcamos nuestra incapacidad para intervenir en situaciones que nos son demasiado difíciles, y oremos con fe, poniendo nuestra fe en Dios y dejando todo en sus omnipotentes manos. De esta forma, nuestro Dios hará maravillas en el momento en que lo considere oportuno para nosotros.


Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho. (1 Juan 5:14–15)


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