Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras. (Jeremías 17.9–10 RVR60)
El apóstol Pablo le dice a los corintios que hemos de limpiarnos «de toda contaminación de la carne y de espíritu perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Corintios 7.1). La Palabra de Dios nos dice esto porque sabe que nuestros corazones son engañosos. Por ejemplo, quienes nos rodean pueden pensar que llevamos una vida limpia y moral, porque no bebemos alcohol, fumamos o andamos de fiesta como ellos; no obstante, en nuestros corazones podríamos estar anidando una actitud que desagrade a nuestro Dios. Puesto que los pecados del corazón son invisibles, hasta que nos conducen a una conducta exterior que revela su presencia. Recordemos lo que dijo el Señor:
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre. (Marcos 7.21–23 RVR60)
Si miramos en el Antiguo Testamento, podemos encontrar como la vida del rey David ilustra lo que estoy diciendo. El hecho de estar ocioso, en vez de estar luchando junto al resto de su ejército lo condujo a la lujuria por Betsabé, la cual le llevó a cometer adulterio y asesinato (2 Samuel 11–12); aquellos pecados le causaron un gran dolor no solo a él, sino a todo su pueblo también.
Luego, más tarde en su vida, sucumbió a la incitación de Satanás de hacer un censo (1 Crónicas 21.1–6). Aquel acto, aparentemente inocente, desagradó a Dios (vv. 7–8) porque David se estaba enorgulleciendo de su poder militar. Parece que hubo un cambio sutil, pues pasó de confiar completamente en Dios, quien lo libró incontables veces, a confiar en su propio poder y fortaleza, así como la de su numeroso ejército.
Por eso debemos estar atentos, siempre recordando que estamos en una guerra espiritual, no solamente contra el mundo y Satanás, sino contra nuestra naturaleza carnal caída. Por eso es importante pedirle a Dios cada día de la siguiente manera:
¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío. (Salmos 19.12–14 RVR60)
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