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El peligro de las raíces de amargura

  • 16 mar
  • 1 Min. de lectura


Versión en video: https://youtu.be/E4DUz5GxV8Y


Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados. (Hebreos 12:15)


Las raíces de amargura no surgen de un día para otro. Comienzan como pequeñas semillas de resentimiento, dolor o injusticia que, si no se arrancan a tiempo, se arraigan profundamente en el corazón. Al igual que una maleza en un campo fértil, la amargura no solo afecta a quien la alberga, sino que también se extiende, dañando a otros.


El autor de Hebreos nos advierte que la amargura puede estorbar nuestra relación con Dios y con los demás. A menudo, quien está atrapado en la amargura se justifica en su dolor y se resiste a soltarlo, sin darse cuenta de que se convierte en una prisión autoimpuesta. Con el tiempo, endurece el corazón, roba la paz y nubla la capacidad de amar y perdonar.


El Señor Jesús nos mostró otro camino. En la cruz, cuando tenía todas las razones para responder con rencor, clamó: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Si alguien sufrió injusticia, fue Él; sin embargo, en lugar de dejar que la amargura envenenara su alma, respondió con gracia y misericordia.


La amargura y la gracia no pueden coexistir. Cuando una crece, la otra mengua. Por eso, las Escrituras nos llaman a mirar bien, a examinar nuestros corazones y deshacernos de cualquier resentimiento antes de que eche raíces. La única forma de hacerlo es acercándonos al Señor Jesús, quien nos da la gracia necesaria para perdonar, sanar y vivir en libertad.

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