Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. (1 Juan 1:8)
Las Escrituras nos hablan del pecado en singular y de los pecados en plural, o dicho de otra forma, del árbol mal (el pecado) que produce sus frutos malos (los pecados). El pecado es entonces, esa fuente del mal que está en lo más profundo del ser humano. Además, forma parte de nuestros miembros: «pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros» (Romanos 7:23). Y tiene su «residencia» en el corazón de los seres humanos, y al salir de allí nos contamina, tal como dijo el Señor Jesús:
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre. (Marcos 7:21–23)
¡Cuántas guerras, conflictos, o sencillamente, sucesos trágicos produce esa naturaleza pecaminosa! Ni la instrucción ni los buenos modales, tampoco la tecnología o cualquier otra ciencia humana, han conseguido impedir que el mundo sea el escenario de la violencia y la inmoralidad.
El pecado es muy real, y moldea nuestras sociedades. Y lo peor es que no podemos deshacernos de él por nuestros propios medios, ya que la Biblia nos dice que el pecado nos esclaviza (Juan 8:34). Ahora, si reconocemos esta presencia del mal en nosotros, seremos llevados a buscar la liberación del poder del pecado sobre nosotros, pidiéndole a Dios que nos salve y nos libere. Bien dijo el Señor: «Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36). ¿Por qué el Señor Jesús nos puede hacer libres? Porque Él cargó con nuestros pecados en la cruz del Calvario y pagó por ellos, satisfaciendo así la justicia divina.
Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. (2 Corintios 5:21)
Aquel que se arrepiente de sus pecados, y cree en el perfecto y suficiente salvador Jesús, puede ser enteramente perdonado de todo su pecado. Porque solo aquellos que han sido salvados por Dios no están obligados a obedecer a esa naturaleza caída que está dentro de él o ella.
Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado. (Romanos 6:6)
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