Nota: Esta es la transcripción de un episodio del podcast Edificados en Cristo. Para escuchar el episodio del podcast hacer click aquí.
Por tanto, yo también os he hecho viles y bajos ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos, y en la ley hacéis acepción de personas. (Malaquías 2.9)
De acuerdo con los eruditos bíblicos, lo que encontramos en el libro de Malaquías fue dicho alrededor del año 430 a.C. En aquellos días, el pueblo de Israel ya había vuelto de los 70 años de exilio en Babilonia. Y habían pasado un poco más de 80 años desde que se finalizó la reconstrucción del templo. El tema central de este libro es la amonestación de Dios -a través del profeta, obviamente- a los israelitas que ya habían perdido su devoción por Él y por sus mandamientos. La corrupción del pueblo había llegado a tal punto que hasta los sacerdotes habían sido contaminados; que es lo que vemos en este capítulo dos, a sacerdotes haciendo acepción de personas; siendo que las escrituras claramente dicen:
Porque Jehová vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas, ni toma cohecho. (Deuteronomio 10.17)
Hoy en día, al igual que en aquellos tiempos, existe entre los creyentes (en algunos grupos más que en otros) un sentimiento de sectarismo, a través del cual los creyentes estamos haciendo acepción de personas entre los mismos cristianos. En este sentimiento sectario únicamente se ve con buenos ojos a aquellos que pertenecen a la misma corriente ideológica, denominación o iglesia local, mientras que se mira con recelo -y algunas veces con desprecio-, a aquellos que no forman parte de la misma corriente ideológica, denominación o iglesia local.
Antes de avanzar más en el tema, me gustaría dar el significado de la palabra sectarismo. El diccionario de la RAE la define como: Fanatismo e intransigencia en la defensa de una idea o una ideología.
Aclaro que a lo que NO me estoy refiriendo es a cristianos verdaderos relacionándose con religiones falsas, sino que estoy hablando de hermanos en la fe que rechazan a otros creyentes porque pertenecen a diferentes religiones o denominaciones cristianas protestantes.
Cabe señalar que este tema lo conozco de cerca, porque cuando era adolescente, y hasta mediados de mis veinte años, padecía de este mal. Digo esto con mucha vergüenza. Pero gracias sean dadas a Dios que me transformó y me quitó tan horrible cosa.
Entonces, regresando al tema del sectarismo, podemos decir que no es algo nuevo, tampoco es exclusivo de los cristianos, sino que esta característica es parte del orgullo pecaminoso del ser humano. Por ejemplo, los griegos llamaban despectivamente bárbaros a todos aquellos que no hablaban su idioma. Los chinos en la edad media despreciaban a cualquier persona de otra nacionalidad, porque ellos se autopercibían como superiores. Lo mismo se puede decir de Japón que desde el período Edo hasta la segunda guerra mundial se sentían una raza superior. Y para qué mencionar a los judíos sectarios del tiempo del Señor Jesús; los cuales habían desarrollado un orgullo nacional de tal envergadura y que estaba tan arraigado en la cultura del país que hasta el mismo apóstol Pedro, cuando fue a casa de Cornelio, dijo:
Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo. (Hechos 10.28)
Una pregunta, ¿ustedes saben qué les mandó Dios en la ley al pueblo de Israel con respecto a los extranjeros? Permítanme que se las lea:
Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios. (Levítico 19.33–34)
Acá podemos ver hasta qué punto había llegado la deformación de los mandatos divinos por parte de Israel. No obstante, esto iba incluso más allá, ya que dentro del mismo pueblo de Israel se despreciaban los unos a los otros. Un buen ejemplo de esto lo encontramos en el evangelio de Juan, donde se nos relata como los fariseos mandaron a los alguaciles para que prendiesen al Señor, pero no pudieron hacer esto porque quedaron impactados de sus palabras, entonces, los fariseos dijeron:
¿Acaso ha creído en él alguno de los gobernantes, o de los fariseos? Mas esta gente que no sabe la ley, maldita es. (Juan 7.48–49)
El desprecio era tal que a aquellos que no formaban parte de sus sectas les consideraban malditos, como acabamos de ver. Bueno, es esta misma actitud farisaica -por así decirlo- que como creyentes hemos adquirido cuando hacemos acepción de personas entre los mismos hermanos en la fe que pertenecen, como ya mencioné, a otra corriente ideológica, denominación o iglesia local.
Conozco el caso de iglesias en las que ni siquiera oyen sermones o leen libros de hermanos de otras denominaciones porque no son de la ellos. Hago una observación, no estoy hablando de evitar pastores y predicadores falsos con falsas doctrinas (valga la redundancia) como por ejemplo, la doctrina de la prosperidad. Sino que hablo de ver sermones y leer libros de hermanos estudios de las escrituras como por ejemplo: Steven Lawson, Sugel Michelén, John MacArthur, Chuy Olivares, etc.
Mis hermanos, el hecho de que un hermano en la fe crea en alguna doctrina diferente a la nuestra no lo hace menos hermano, ni tampoco le quita la salvación otorgada por Dios, ni mucho menos, podemos estar poniendo en duda su salvación porque no es parte de nuestra iglesia o corriente denominacional. Bien nos dice Pablo en la epístola a los efesios:
Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (Efesios 4.1–7)
Mis hermanos ¿acaso alguno de ustedes piensan que el Cielo estará sectorizado entre bautistas, metodistas, luteranos, pentecostales, etc. ¡No! Sino que todos estaremos juntos delante del Señor. Escuche:
Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero. (Apocalipsis 7.9–11)
Amados, nuestro Dios no se agrada de aquellos que hacen divisiones entre su pueblo, es más, hacer separación entre los hermanos es un pecado. Escuche:
Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo, sabiendo que el tal se ha pervertido, y peca y está condenado por su propio juicio. (Tito 3.10–11)
Mis hermanos, tenemos que recordar que todos formamos parte de un único cuerpo, que es el cuerpo de Cristo. Es que parece que no nos damos cuenta de lo ilógico que es pensar y actuar como lo hacemos ¿acaso puede funcionar un cuerpo si está separado? ¿A qué nos manda Dios? Dice su Palabra:
sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Efesios 4.15–16)
¿Es que acaso no nos alcanzamos a dar cuenta que el único que gana en esto, cada vez que entre nosotros como cuerpo de Cristo hacemos separaciones, es el diablo? Por eso es que el Señor Jesús mismo dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae. (Lucas 11.17)
A ver, una observación, yo puedo entender que cuando hay doctrinas diferentes exista cierta segregación por lo mismo, lo cual es hasta lógico, pero de ahí a pensar que un hermano no es tal, es decir, llegar a poner en duda su salvación por el simple hecho de pertenecer a otra denominación, es algo muy diferente.
En mis 30 años que llevo de creyente me he ido dando cuenta que esto ocurre cuando comenzamos a tener un más alto concepto de nosotros mismos (Romanos 12.3). Un buen ejemplo de esto que dije es cuando pensamos que nosotros tenemos la sana doctrina, ya sea como iglesia local o como denominación.
Mis hermanos, una aclaración, y aunque así fuese, o sea, que efectivamente tengamos la doctrina cristiana más prístina de todas, eso no nos justifica a que miremos a otros hermanos como inferiores, o peor aun, como si no fueran creyentes; así como tampoco podemos rechazarlos y dejar de compartir con ellos porque no son “tan puros” como nosotros, porque eso tiene un nombre, se llama sectarismo farisaico y se basa únicamente en el orgullo y la soberbia que, por cierto, son frutos de la carne, no del espíritu.
También he oído a hermanos decir que jamás permitirían que en su iglesia local subiera al púlpito un hermano de otra denominación, porque podría presentar una doctrina falsa. Alguno dirá: “Pero si eso está muy bien”, puede que sí; sin embargo, veamos qué nos dicen las escrituras:
Llegó entonces a Efeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan. Y comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios. (Hechos 18.24–26)
¿Cuál fue la actitud de Aquila y Priscila? ¿Acaso lo menospreciaron por tener menos conocimiento del Señor que ellos? ¿Lo aborrecieron porque no conocía toda la verdad del evangelio? ¿Acaso le consideraron como que no era salvo? No, para nada, sino que le mostraron su amor tomándole aparte y exponiéndole más exactamente el camino de Dios. ¡Esta es la actitud correcta! ¡Así debemos obrar entre nosotros!
Mis amados, les recuerdo que la Palabra de Dios nos dice: Hacer acepción de personas no es bueno. (Proverbios 28.21). Porque no hay acepción de personas para con Dios. (Romanos 2.11). Y nosotros como creyentes debemos ser imitadores de Dios como hijos amados (Efesios 5.1).
Así que, nosotros deberíamos aprender a orar como lo hacía el salmista cuando decía: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. (Salmos 139.23–24). Y también debemos orar de esta manera: ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. (Salmos 19.12–13). Y si por abc, en nuestros corazones tenemos esta clase de sentimiento sectario, farisaico-soberbio, debemos pedirle a Dios de la siguiente manera:
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. (Salmos 51.10)
Que el Señor nos enseñe, mis hermanos, a ser más como él, a mirar con sus ojos, de la manera que él nos ve, para que así también nosotros podamos ver a nuestros hermanos en la fe de manera correcta y sintamos un genuino amor por ellos. Porque les recuerdo que ya de por sí tenemos el mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Aunque, parece que se nos olvida que existe otro mandamiento, el cual nos fue dado el Señor mismo. Escuche:
Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros. (Juan 13.34–35)
Les dejo una pregunta para que mediten ¿Nos reconoce el mundo como discípulos del Señor Jesús por el amor que mostramos a nuestros hermanos?
Que el Señor les bendiga.
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