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El pan nuestro de cada día dánoslo hoy (5)



Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. (Santiago 1:17 RVR60)


Cuando empezamos a ganar nuestro sustento, estimamos que lo merecemos debido a nuestros propios esfuerzos, a nuestro trabajo. Por lo menos pensamos merecerlo; no obstante, no olvidemos que el alimento es un regalo de parte de Dios. ¿Por qué? Por la sencilla razón que Dios es quien nos da salud para poder trabajar y ganarnos el sustento, así como las fuerzas; y de más está decir que Él es quien hace crecer las diferentes plantaciones de alimentos, así como a los animales de los cuales nos alimentamos.


Los seres humanos podemos preparar la tierra, sembrar, regar el suelo, sin embargo, el crecimiento lo da Dios (1 Corintios 3:6). No importa si usamos las mejores semillas, el mejor fertilizante, la cantidad perfecta de agua y plantamos en la mejor época del año, si Dios no bendice la cosecha, todo nuestro esfuerzo será absolutamente en vano. Por esta razón es que debemos mirar al cielo, humillarnos ante Dios y reconocer que es Él quien nos da de comer.


Por esta razón es que debemos pedir a Dios que satisfaga las necesidades de nuestros cuerpos (Mateo 6:11), y no dejemos de darle las gracias por todo lo que Él nos da cada día. En cuanto a los creyentes, también tenemos un alimento diario provisto por Dios, uno que encontramos en su Palabra y por el cual también debemos pedir y dar gracias por la provisión. Porque recordemos que Dios es un Padre bondadoso, fiel a sus promesas.


Pero ¿para qué preocuparnos por el alimento diario? El Señor Jesús dijo: «No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? [...] pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mateo 6:31–33 RVR60). Un niño no se preocupa por sus alimentos, pues sabe que sus padres le darán lo que necesita. Entonces, pongamos la misma fe en Dios; por más difíciles que sean las condiciones de nuestra existencia, un día podremos decir como David: «Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado» (Salmos 37:25 RVR60).


Por lo tanto, alabemos a Dios por su fidelidad, pues veremos cómo se hizo cargo de nosotros supliendo a todas nuestras necesidades físicas y espirituales.


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