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El orgullo



Altivez de ojos, y orgullo de corazón, y pensamiento de impíos, son pecado. (Proverbios 21:4)


Un hombre llamado tío Zeke que vivía en una pequeña ciudad llamada Muleshoe, Texas, no podía admitir cuando estaba equivocado, ¡no importa lo que fuese! Un día el Tío Zeke iba caminando por la calle y llegó al taller del herrero, y halló que había aserrín por todo el piso. Lo que no sabía era que apenas momentos antes de que llegara, el herrero había estado trabajando con una herradura rebelde y la martilló hasta que quedó negra. Aún estaba caliente, pero como la herradura no quería cooperar, la tiró al suelo entre sobre el aserrín. Zeke entró, miró al suelo abajo y vio la herradura. La recogió sin saber que aún estaba caliente. Naturalmente, lo dejó caer al instante. El viejo herrero miró por encima de sus lentes, y le dijo: «Un poco caliente, ¿verdad, Zeke?» ¿Sabe lo que dijo Zeke? «No; es que no necesito mucho tiempo para examinar una herradura»


¿Conoce alguna persona así? Yo sí, vive en mi corazón. No se engañe, también vive en su corazón alguien así, porque la naturaleza pecaminosa es orgullosa y llena de soberbia, primeramente hacia su creador y algunas veces (o muchas, dependiendo de qué tan orgullosos somos) hacia nuestros semejantes.


Una característica clásica de los orgullosos es el no equivocarse jamás. A decir verdad, todos actuamos así cuando porfiamos al creer que tenemos la razón.


Soberbio y presuntuoso escarnecedor es el nombre del que obra con orgullosa saña. (Proverbios 21:24 RVR1909)



El orgullo es peligroso, porque es silente, uno no se da cuenta de ello. Buddy Robinson dijo: «El orgullo es la única enfermedad conocida en la humanidad que enferma a todos excepto al que la padece».


Como creyentes no podemos ser así, primeramente porque tenemos mandamiento de «ser mansos y humildes de corazón» (Mateo 11:29). Y en segundo lugar porque «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes» (Santiago 4:6); porque es «mejor es humillar el espíritu con los humildes que repartir despojos con los soberbios» (Proverbios 16:19). ¿Cómo evitamos este pecado? Orando a Dios diariamente como lo hacía el salmista:


Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. (Salmos 19:13)


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