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El misterio del sufrimiento



Respóndeme cuando clamo, oh Dios de mi justicia. Cuando estaba en angustia, tú me hiciste ensanchar; ten misericordia de mí, y oye mi oración. (Salmos 4.1 RVR60)


Un día u otro nos sucede una desgracia; el sufrimiento es desgarrador. Todo parece derrumbarse y preguntamos: ¿por qué? Pero por sobre todo preguntamos: ¿por qué yo? ¿Qué pude haber hecho mal? Entonces surge el desánimo, incluso a veces la rebelión contra Dios, pues le acusamos por lo que estamos pasando. Caemos en la desesperanza y el amargor, como le pasó a Job cuando dijo:


Por tanto, no refrenaré mi boca; hablaré en la angustia de mi espíritu, y me quejaré con la amargura de mi alma. (Job 7.11 RVR60)


La pregunta sobre el porqué del sufrimiento permanece en nuestros corazones. Aunque podemos hacerle esa pregunta a Dios, Él no está obligado a respondernosla, porque Él no nos debe ninguna explicación de lo que hace, porque ​​«¿quién le dirá: ¿Qué haces?» (Job 9.12 RVR60). Entonces, ¿qué debemos hacer nosotros cuando estamos en aflicción?


Hombres que sufrieron como Job o David, alzaron sus voces a Dios. Lloraron y le dijeron a Dios lo que no podían decirle a nadie más. Sus preguntas eran la expresión de su fe ante una situación muy difíciles. Dios no les dio explicaciones sobre el porqué del sufrimiento, pero fortaleció su fe y su confianza. Por ejemplo: «Yo sé que mi redentor vive», dijo Job (Job 19.25). Mientras que David, dijo: «En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios… Y mi clamor llegó delante de él» (Salmos 18.6).


Puede que usted esté pasando algún problema o dificultad, puede que se haya enojado con Dios por aquella situación que está viviendo; pero lo cierto es que Dios está llamando su atención, para que usted escuche su voz, pues tiene algo que decirle y que usted no está escuchando.


El mensaje más importante es que el Hijo de Dios vino a nuestro mundo para acercarse a nosotros. Lloró de compasión y sufrió clavado en la cruz. Allí venció a Satanás, y borró el pecado de la humanidad al cargar con él en la cruz del Calvario, para así abrir la puerta de la vida eterna, pero también la del auxilio diario a todos los que confían en él.


Y a todos los que creen en Jesús como el Salvador de sus vidas, pueden hacer ciertas estas Palabras del apóstol Pablo:


Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. (2 Corintios 1.3–4 RVR60)


Y más hermoso aun es lo que prometió a los suyos:


Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará. (Deuteronomio 31.6 RVR60)


Aunque el sufrimiento pueda ser un misterio, acudamos a Dios quien nos dará abundante consuelo siempre.


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