Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús. (1 Tesalonicenses 5:16-18)
El gozo es un canto, una luz, un resplandor que emana del Evangelio. Desde su nacimiento, el cristianismo fue la proclamación del gozo. Los primeros cristianos ardían de este gozo de tal manera que incluso las persecuciones no podían apagarlo. El apóstol Pablo escribió: «Sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones» (2 Corintios 7:4). ¿De dónde venía este gozo? De la vida divina que cada creyente recibe gratuitamente. Es la vida de Cristo, la vida eterna. Animado por esta vida, el mismo apóstol podía decir: «Para mí el vivir es Cristo» (Filipenses 1:21). Este gozo era un testimonio poderoso, como una antorcha que brilla en la noche. Así debería ser nuestra alabanza al Cristo resucitado. Luz para aquellos con quienes nos encontramos y que, a la vez, experimentan el verdadero gozo al ir a Jesús por medio de la fe.
En nuestra época de ocio y de consumo desenfrenado, muchos corazones sordos a la voz de Dios están insatisfechos, llenos de tristeza e indiferentes a los demás. Por el contrario, cuando el mensaje del Evangelio llena el corazón, la vida de Cristo recibida por el creyente es una vida abundante que desborda hacia los demás. Jesús incluso nos dice que es más bienaventurado dar que recibir (Hechos 20:35). Es el gozo del amor. Como la estela de un barco, nuestra vida debería dejar un rastro del amor y del gozo. Al dejarnos amar por Dios, experimentaremos el gozo de ser amados, pero también el de amarlo, sirviéndole y haciendo bien a todos.
Fuente: La Buena Semilla
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