Dijo el Señor Jesús: Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre. (Juan 14:16–17)
Según podemos leer en el capítulo 2 del libro de los Hechos de los apóstoles, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo vino a esta tierra para habitar en cada creyente y en el conjunto de los salvados, es decir, la iglesia. El Señor Jesús llamó al Espíritu Santo como «el Consolador»; entonces, el Espíritu se encarga de nosotros, nos enseña, nos guía (Juan 16:13), nos consuela y también intercede por nosotros en nuestras oraciones (Romanos 8:26).
Asimismo, es únicamente mediante la ayuda y dirección del Espíritu Santo que podemos comprender lo que Dios quiere comunicarnos en la Biblia. A esto se refería el Señor cuando dijo: «Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará; porque tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Juan 16:13–14). Es Él quien se encarga de hacer que la persona de nuestro Salvador Jesús nos sea grande y preciosa .
El Espíritu Santo también nos asegura nuestra filiación de hijos de Dios al dar testimonio a nuestro espíritu «de que somos hijos de Dios» (Romanos 8:16). Como mencionaba anteriormente, nos guía en nuestras oraciones e intercede por nosotros «conforme a la voluntad de Dios» (Romanos 8:26–27). Se preocupa por nosotros para que nuestra esperanza por la gloria de Cristo permanezca viva (Romanos 15:13).
Y finalmente, el Espíritu Santo que mora en los creyentes, es la fuerza que necesitamos para servir a Dios como a Él le agrada (1 Corintios 12:4–11). Él obra en nosotros para transformarnos cada vez más conforme a la imagen del Señor Jesús (2 Corintios 3:18). El Espíritu Santo no solo es el poder para todo servicio (2 Timoteo 1:7), sino también la fuente del poder de nuestra vida nueva.