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El espejo

  • 17 abr 2021
  • 2 Min. de lectura


Por lo cual no tienes excusa, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas, pues al juzgar a otro, a ti mismo te condenas, porque tú que juzgas practicas las mismas cosas. (Romanos 2.1 LBLA)


Un anciano que tenía un grave problema de miopía se consideraba un experto en evaluación de arte. Un día visitó un museo con algunos amigos, pero se había olvidado de llevar sus anteojos, por lo que no lograba ver los cuadros con claridad; pero eso no lo detuvo de ventilar sus fuertes opiniones. Tan pronto entraron en la galería, comenzó a criticar las diferentes pinturas.


En un momento se detuvo frente a lo que él pensaba era un retrato de cuerpo entero, así que comenzó a criticarlo. Con aires de superioridad dijo: «El marco es completamente inadecuado para el cuadro. El hombre de la pintura está vestido de una forma muy vulgar y andrajosa. En realidad el artista cometió un error garrafal al seleccionar un sujeto tan vulgar para su retrato». El anciano siguió parloteando sin parar hasta que su esposa logró llegar hasta él y apartarlo discretamente, para decirle en voz baja: «Querido, estás mirando un espejo».


Tal como este anciano, somos tan dados a criticar lo que está frente a nuestros ojos, me refiero a otras personas, pero nos cuesta mucho darnos cuenta que nuestro reflejo muchas veces es peor de lo que estamos juzgando y criticando. Por eso en su Palabra encontramos este versículo del encabezado, que solo demuestra la sabiduría divina. Cuando juzgamos a nuestros semejantes, a nuestros hermanos e incluso a los líderes de la iglesia local donde pertenecemos, no nos damos cuenta que es a nosotros mismos que estamos juzgando. Por eso el Señor Jesús dijo:


¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? 42¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano. (Lucas 6.41–42 RVR60)


Así que, en vez de ser expertos en criticar los defectos de los demás, mirémonos en el espejo de la Palabra de Dios y pidámosle que nos ayude a ver nuestras propias faltas claramente; cada día roguemos como el salmista: «Señor, pon guarda a mi boca; vigila la puerta de mis labios. No dejes que mi corazón se incline a nada malo, para practicar obras impías con los hombres que hacen iniquidad, y no me dejes comer de sus manjares» (Sal 141.3–4 LBLA); para que no hablemos de más. Y pidamos sabiduría para no pecar con nuestros labios.


 
 
 

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