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El ejemplo de la sunamita



Y ella dijo a su marido: He aquí ahora, yo entiendo que este que siempre pasa por nuestra casa es varón santo de Dios. Yo te ruego que hagamos un pequeño aposento de paredes, y pongamos allí cama, mesa, silla y candelero, para que cuando él viniere a nosotros, se quede en él. (2 Reyes 4:9–10)


En 2 Reyes 4:8-37, encontramos la historia de la mujer sunamita que, al reconocer que Eliseo era un varón santo de Dios (v. 9), no bastó con las invitaciones que le hacía para comer cada vez que pasaba por Sunem, sino que decidió preparar un aposento especial para él. Este aposento no era cualquier lugar, sino un espacio reservado y acondicionado específicamente para la estadía del profeta. 


Esta historia nos ofrece una profunda alegoría sobre la necesidad de «preparar un aposento» en nuestros corazones para que Dios more continuamente en ellos. Así como la sunamita preparó un lugar físico para el profeta de Dios, nosotros debemos preparar un lugar espiritual en nuestros corazones para que el Espíritu Santo habite en nosotros.


Alguien podría decir que Dios ya mora en su corazón, porque tiene al Espíritu Santo, no obstante, el Señor Jesús dijo en Juan 14:23, «El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él». Sí, tenemos al Espíritu Santo morando dentro nuestro, puesto que somos su templo (1 Corintios 3:16). Pero conforme a lo que dijo el Señor, para que Él y su Padre hagan morada con nosotros, debemos amarle, obedeciendo sus mandamientos. 


Así como la sunamita hizo un esfuerzo deliberado por preparar un aposento para Eliseo, debemos hacer lo mismo en nuestros corazones. Podríamos decir que cada vez que nos dedicamos a buscar a Dios en oración, estamos construyendo ese aposento, y cada vez que meditamos en las Escrituras, estamos «colocando una silla o una mesa» en ese lugar sagrado. Es un esfuerzo intencional y constante.


Cuando hacemos esto, lo que recibiremos de Dios, no solamente es su maravillosa presencia, sino que además recibiremos las bendiciones de Dios —tal como pasó con la sunamita—. Aunque ella no lo hizo esperando nada a cambio, Dios no solo le dio un hijo, sino que lo resucitó como recompensa por su fe. De igual manera, cuando preparamos un lugar en nuestros corazones para Dios, Él derrama bendiciones espirituales y, a veces, incluso materiales en nuestras vidas. Entonces, ¿prepararemos un aposento para nuestro Dios?

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