Y he aquí que aquel mismo día dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, que estaba como a once kilómetros de Jerusalén. Y conversaban entre sí acerca de todas estas cosas que habían acontecido. Y sucedió que mientras conversaban y discutían, Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos. (Lucas 24.13–15 LBLA)
Luego de la resurrección del Señor vemos a estos dos discípulos del Señor caminando tristes y sin ninguna esperanza, pues en quien habían puesto sus esperanzas había muerto horriblemente. Ellos mismos dijeron:
Pero nosotros esperábamos que Él era el que iba a redimir a Israel. Pero además de todo esto, este es el tercer día desde que estas cosas acontecieron. (Lucas 24.21 LBLA)
Pero lo que ellos no sabían era que con quien hablaban era el Señor Jesús mismo que había resucitado. Nos dice este pasaje que Él, usando las Escrituras, les mostraba que todo esto debía acontecer. A pesar de eso, no habían notado que el Señor era quien les hablaba; pero cuando se sentaron a la mesa con él, sus ojos fueron abiertos.
Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras? (Lucas 24.32 RVR60)
Nuestro desánimo puede ser producto de nuestras expectativas, frente a la voluntad de Dios, como en el caso de estos dos hermanos que caminaban hacia Emaús. Lo que ellos esperaban era totalmente humano y terrenal, pero lo que Dios les estaba ofreciendo era más maravilloso de lo que ellos podrían haber imaginado jamás. Estos discípulos esperaban a un caudillo que los libertara de los romanos, mientras que en los planes de Dios estaba liberarnos de la maldición del pecado y la condenación eterna debido al mismo, a través de la invaluable muerte de su Hijo Jesús.
Existe un sin fin de circunstancias que nos pueden hacer caer en el desánimo y el desaliento. La lista es muy extensa y, a decir verdad, creo que es imposible hacer una lista con todas. Muchas de ellas son inevitables, como por ejemplo, la muerte de un ser amado. Pero sin importar que estemos enfrentando, tenemos un Padre que está lleno de todo consuelo:
Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros. Pues, cuanto más sufrimos por Cristo, tanto más Dios nos colmará de su consuelo por medio de Cristo. (2 Corintios 1.3–5 NTV)
Muchos creyentes podemos estar viviendo en el desánimo cuando deberíamos estar viviendo en el pleno disfrute del gozo del Señor. En los primeros versos veíamos que cuando el Señor Jesús encontró a los discípulos desilusionados se acercó para levantarles el ánimo. Mis hermanos, permitamos que el Señor Jesús se acerque a nosotros en oración y a través de las escrituras para recibir palabras de consuelo y ánimo. Porque Él no nos reprende por estar tristes, sino que quiere que siempre estemos gozosos, por eso nos dejó el mandato de ello:
Estad siempre gozosos. (1 Tesalonicenses 5.16 LBLA)
Existen muchísimas razones para que como creyentes estemos gozosos, por ejemplo (y tal como le dije el Señor a los setenta en Lucas 10.20), nos podemos gozar de que nuestros nombres están escritos en el libro de la vida, sin que siquiera lo merezcamos.
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