Y llamó José el nombre del primogénito Manasés (Olvido), porque dijo: Dios me hizo olvidar. (Génesis 41:51)
El resultado de olvidar daños o perjuicios pasados queda ilustrado en la vida del pastor William Sangster. Un invitado que había llegado para pasar las vacaciones de Navidad con la familia Sangster, miraba cómo este siervo de Dios escribía las direcciones de las tarjetas de felicitación. Uno de los nombres de la lista le hizo sobresaltar, pues dijo:
—¿También vas a enviar una felicitación a este hombre?
—¿Por qué no? —replicó el predicador.
—¿No recuerdas lo que dijo de ti hace solo 18 meses y lo publicó en su boletín?
El pastor Sangster contestó que solo recordaba una resolución que había tomado en el mismo día en que leyó las cosas escritas por su enemigo, y es que había decidido que con la ayuda del Señor se olvidaría del insultante comentario de aquel hombre. Así que la tarjeta fue enviada tal como se había planeado.
Sí, es bien cierto que algunas cosas tienen que ser dejadas de lado de la memoria del cristiano. No debería consentir un hijo de Dios que ninguna palabra poco amable o hiriente que le haya sido dirigida le impida su maduración en Cristo como debiera. Porque, no debemos olvidar lo que nos dice su Palabra: «Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo» (Santiago 3:2). Todos hemos dicho cosas de o a nuestros hermanos, palabras hirientes que han lastimado a nuestros hermanos, por esta razón debemos perdonar.
Además, todo creyente está capacitado para perdonar de todo corazón, puesto que conoce lo que es ser perdonado sin merecerlo. Eso sin mencionar que tenemos un mandamiento explícito sobre el perdón: «soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros» (Colosenses 3:13).
Entonces, ¿hay alguna cosa de nuestro pasado que tengamos que perdonar y olvidar de otros?
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