top of page

El cuerpo, templo del Espíritu Santo

  • 19 dic 2024
  • 2 Min. de lectura


¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Corintios 6:19–20)


En este pasaje, Dios nos habla de una verdad que transforma la visión de nosotros mismos y nuestra relación con Él: ¡nuestro cuerpo no nos pertenece! Hemos sido comprados por precio, y no cualquier precio, sino la sangre preciosa de Jesucristo (1 Pedro 1:18–19). Esto nos lleva a una responsabilidad sagrada: glorificar a Dios con cada aspecto de nuestra vida, incluidos nuestros cuerpos.


En la sociedad actual, donde se exalta la autonomía personal y el «hacer lo que quieras con tu cuerpo» este mensaje resulta contracultural. Pero como hijos de Dios, somos llamados a vivir bajo señorío de Cristo. Mis hermanos, nuestro cuerpo no es un instrumento para satisfacer deseos egoístas ni un objeto de autoexaltación. Es un templo donde mora el Espíritu Santo, quien nos guía, santifica y fortalece para vivir de acuerdo a la voluntad divina.


Consideremos por un momento lo que implica que seamos un templo del Espíritu Santo. Un templo es un lugar sagrado, apartado para el culto a Dios. Si pensamos en los templos del Antiguo Testamento, recordaremos el cuidado extremo que se tomaba en su limpieza, pureza y dedicación al Señor. De la misma manera, somos llamados a vivir en santidad, no por méritos propios, sino porque el Espíritu Santo habita en nosotros.


¿Estamos glorificando a Dios con nuestros cuerpos? Esto incluye cómo cuidamos nuestra salud, qué clase de vocabulario usamos, nuestras acciones, cómo manejamos nuestros deseos y tentaciones. Debemos evitar aquello que contamina el templo del Espíritu, ya sea el pecado sexual (conforme al contexto del pasaje de Corintios) o cualquier cosa que deshonre a Dios.


Mis hermanos, debemos consagrarnos diariamente a Dios, orando cada día, pidiendo la guía del Espíritu Santo. Dedicándole todo nuestro ser: acciones, palabras, pensamientos, etc. No olvidemos que este acto de consagración nos traerá gozo y satisfacción a nuestras vidas, porque vivir para su gloria es nuestra verdadera razón de ser.

Comments


bottom of page