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  • Foto del escritorAlexis Sazo

El cuerpo de Cristo



Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. (Efesios 5:30)


En Hechos 10:38, el apóstol Pedro dijo del Señor: «Jesús de Nazaret [...] anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo». Estos actos de servicio y bondad se expresaron por medio de su cuerpo terrenal. Pero desde que ascendió a los cielos, Cristo ya no mora físicamente en la tierra, no obstante, ahora su cuerpo somos nosotros, los creyentes. Por lo tanto, físicamente hablando, el Señor no tiene manos, piernas ni pies en la tierra, excepto los de los miembros de su cuerpo, la iglesia. De manera que no debemos subestimar nunca la importancia de ser el cuerpo de Cristo en la tierra, no solo espiritual, sino también físicamente.


Se cuenta la historia de una niña a quienes sus padres acostaron en un cuarto oscuro. Ella tenía miedo de estar sola, por lo que su madre le llevó su muñeca. Eso no la satisfizo, por eso le rogó a su madre que se quedara con ella. La madre le recordó que ella tenía la muñeca y a Dios, así que no necesitaba tener miedo. Al poco rato, la niña empezó a llorar. Cuando la madre volvió a su lado, ella dijo entre sollozos; «Oh, mami, yo quiero a alguien que tenga piel».


A veces, los creyentes, actuamos igual a aquella niña. En nuestra soledad y sufrimiento, Cristo no nos condena por querer a «alguien con piel» para que esté con nosotros y nos cuide. Pero al mismo tiempo, al ser nosotros parte del cuerpo de Cristo, podemos confortar a otros en sus tristezas y acompañar a los que se sienten solos. Porque ¡cuánto bien hace un abrazo cargado de amor fraternal!


Así que, hermanos, nuestro Señor nos envía para que seamos su cuerpo los unos para los otros y también para el mundo al evangelizarlo y para que vayamos haciendo bienes, tal como nuestro Señor lo hizo. Seamos verdaderos reflejos de nuestro Señor.


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