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El Calvario



Fuente: La Buena Semilla

Fuisteis rescatados… no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo. (1 Pedro 1:18-19)

Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras. (Efesios 2:8-9)

¿Qué evoca para nosotros la palabra «calvario»? ¿Un momento especialmente doloroso de la vida? Originalmente esta palabra designa una colina ubicada cerca de Jerusalén, llamada también Gólgota, donde Jesucristo fue crucificado y pasó por terribles sufrimientos. En el evangelio podemos leer: «Él, cargando su cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota; y allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio» (Juan 19:17-18). Antes, Jesús mismo había anunciado: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:14-15). Entonces, ¿por qué Jesús, hombre perfecto, tuvo que ser crucificado?

Ante Dios, quien es infinitamente santo, toda falta merece un castigo. Ninguna «buena obra» ni el dinero pueden borrar un solo pecado. Era, pues, necesario un medio de salvación, algo que pudiese purificarnos ante los ojos de Dios. ¡Y esto solo era posible mediante la muerte de una víctima absolutamente perfecta! Por eso Dios dio «a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16). Tres días después de su sacrificio, Jesús resucitó, prueba de que la justicia del Dios santo había sido satisfecha.

Era necesario que Cristo muriese para pagar con su vida el precio del perdón de mis pecados y los de todos los que aceptan este sacrificio de amor. ¡Esto es lo que el Calvario nos recuerda!


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