El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. (1 Corintios 13.4 RVR60)
«¡A veces el amor duele!» expresaban unos padres mientras hablaban de las dificultades y dolores de cabeza que les producía criar a sus hijos en los años de la adolescencia. «Tal vez si no los amásemos tanto no sería tan difícil» —añadió el esposo.
A pesar de que el amor produce dolor y tristeza, ¿qué sería la vida sin él? La Palabra de Dios dice: «Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve» (1 Corintios 13.1–3 RVR60). C.S. Lewis en su libro Los cuatro amores (The Four Loves), escribió:
«Amar es hacerse vulnerable. Si amas algo verás como se atormenta el corazón, y hasta es posible que te lo rompan. Si quieres cerciorarte de que permanezca intacto, no debes darle tu corazón a nadie, ni siquiera a un animal. Envuélvelo cuidadosamente en pasatiempos y pequeños lujos; evita todo enredo; asegúralo en el cofre de tu egoísmo… El único lugar fuera del cielo donde puedes estar perfectamente a salvo de todos los peligros… del amor, es el infierno».
Amar significa correr riesgos, exponer nuestros corazones y sí, ¡a veces duele! Por ejemplo, al Señor Jesús le dolió todo cuanto le hicimos sus criaturas, pero aun así Él nos siguió amando, incluso a costa de su propia vida, ya que fue por amor que la entregó. Y es más, Él mismo nos mandó a quienes le reconocemos como el Señor y salvador de nuestras vidas, lo siguiente:
Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. (Juan 15.12 RVR60)
Así que, hermanos, debemos seguir amando a ese cónyuge que nos lastima constantemente; a ese adolscente rebelde que se niega a obedecer; a aquel vecino que nos desprecia y hace cosas para molestarnos; y a ese compañero de trabajo que busca minarnos por todas partes. Eso significa ser semejante a Cristo, quien nos amó cuando éramos sus enemigos (Romanos 5.10); porque recordemos que Él dijo:
El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos. (Marcos 12.29–31 RVR60)
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