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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Dos aspectos de la cruz de Cristo



Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo. (Gálatas 6:14)

1) El fundamento de nuestra paz con Dios.

En la cruz, el Señor Jesús dio su vida por nosotros, llevando el castigo que merecían nuestros pecados (Isaías 53:5). Por ello, la cruz es el fundamento de nuestra paz con Dios. En ella vemos a Dios como aquel que amó de tal manera al mundo, que dio a su Hijo unigénito (Juan 3:16). Asimismo, en la cruz Dios se reveló como el que a pesar de condenar el pecado, en su gracia, justifica al pecador que se arrepiente (Romanos 3:26). En la cruz la gracia de Dios nos alcanza, nos levanta y nos salva. Nos reconcilia con Él, nos adopta como sus hijos y nos coloca en su presencia. Y además, nos llena de agradecimiento y alabanza.

2) El fundamento de nuestro testimonio diario.

Por una parte, la cruz nos une a Dios, por la otra, nos separa moralmente del mundo, ya que debemos consideramos como vivos solo para Dios, bien decía el apóstol Pablo: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). Al vivir de esta forma somos como el Señor, es decir, rechazados por el mundo. ¿Por qué es esto? Porque la cruz se ha puesto entre nosotros y nuestros pecados, por lo tanto, también se pone entre nosotros y el mundo. En el primer caso, nos da la paz con Dios (Colosenses 1:20), mientras que en el segundo, nos pone en oposición con el mundo, donde, sin embargo, debemos vivir y hacer el bien e imitar a Cristo; porque el Señor dijo: «Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal» (Juan 17:14–15).

Así que, hermanos, en este día, meditemos estos dos aspectos de la cruz. Ya que por medio de la cruz de Cristo, Dios nos invita a entrar en el «reino de su amado Hijo» (Colosenses 1:13), pero al mismo tiempo nos conmina a salir moralmente del mundo (Apocalipsis 18:4), a no imitarlo (Romanos 12:2) y a no amarlo (1 Juan 2:15–16), porque su jefe o gobernante es Satanás.


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