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Discernir la voluntad de Dios (3)



No seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor. (Efesios 5:17)


En estos dos días anteriores hemos visto cómo Dios permite y dirige cada circunstancia, cada pequeño acontecimiento que llena nuestra vida cotidiana. A menudo utiliza un incidente aparentemente trivial con un objetivo preciso, que puede ser muy diferente según el caso. Para uno se trata de una protección milagrosa, para otro de una advertencia o, tal vez, de una respuesta a la oración. El objetivo de Dios es personalizado, depende de la relación que tengamos con Él y de nuestro estado espiritual. También depende de esa relación la manera en que interpretamos las situaciones y cómo reaccionamos ante ellas, tal como veíamos en el devocional de ayer.


Por tanto, podemos afirmar que Dios se sirve de las situaciones en las cuales nos encontramos para guiarnos, pero ante todo nos conduce por medio de su Palabra. Por un lado, si no queremos menospreciar las lecciones que Dios nos enseña, estemos atentos a las diversas circunstancias de nuestra vida. Mientras que, por otro lado, no nos dejemos gobernar siempre por las circunstancias de la vida, pretendiendo interpretar sistemáticamente todo lo que nos acontece. Pidamos a Dios su ayuda para comprender su voluntad y obrar de la manera adecuada. Con respecto a esto último, digamos como el salmista:

Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino. (Salmo 119:105)


Los pensamientos y la forma de obrar de Dios nos sobrepasan, y no poseemos todos los elementos. Tantas veces nos olvidamos lo que Él nos dice en el libro del profeta Isaías: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos, mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8–9). Dios no nos promete explicarnos cada cosa que hace en nuestras vidas, sino que nos prometió acompañarnos en el camino: «y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén» (Mateo 28:20). Aunque también es cierto que el motivo de algunos acontecimientos puede ser esclarecido más tarde, tal como le dijo el Señor a Pedro: «Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después» (Juan 13:7).


Así que, hermanos, tengamos la humildad para aceptar que algunas veces no comprendemos lo que nuestro Dios hace. Pero, permanezcamos serenos, atentos a lo que Él nos dice y seguros de que Él siempre quiere lo mejor para nosotros.


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