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Discernir la voluntad de Dios (2)



Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos.(Hebreos 12:25)

Teófilo, Arnoldo y Claudio salían para un viaje de negocios. Sin embargo, en el camino hacia el aeropuerto, el automóvil tuvo una avería y perdieron el avión por algunos minutos. Faltarían a una reunión importante. Teófilo aceptó el contratiempo, Arnoldo estaba muy contrariado y Claudio estaba furioso. Al día siguiente quedaron estupefactos al enterarse de que el avión se había estrellado. ¡Ningún sobreviviente! ¡Por poco y estarían muertos!


Teófilo era cristiano y padre de familia. El día anterior aceptó tranquilamente el contratiempo, sin comprender el porqué de la situación. Confiaba en Dios y sabía que Él tenía sus razones. Al día siguiente comprobó que Dios lo había protegido maravillosamente. Emocionado contó a su familia cómo Dios había sido misericordioso con ellos, salvándole de la muerte; y juntos le agradecieron.


Arnoldo era ateo, pero esto lo hizo reflexionar: ¿Dónde estaría ahora si el auto no hubiera tenido esa avería? Comprendió que su vida había sido salvada milagrosamente, y se volvió al Dios que hacía tanto tiempo lo estaba buscando. Dios habló a Arnoldo, y él escuchó.


Claudio también era ateo. Y cuando perdió el vuelo se puso furioso, pero luego se felicitó por tal casualidad, presumiendo ante su familia haber tenido mucha suerte. Dios habló fuerte a Claudio, pero él no quiso escuchar.

Exteriormente, nada diferenciaba a esos tres colegas. Pero ese contratiempo tuvo para cada uno de ellos un significado muy diferente. El objetivo de Dios era el mismo, pero el efecto producido no lo fue.


A veces nos cuesta aceptar la voluntad de Dios, porque no nos damos cuenta de que Él nos está haciendo bien, aunque no lo veamos en ese momento. Por eso es necesaria la fe para vivir como cristianos, creyendo y confiando que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2).


Fuente: La Buena Semilla (modificado)


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