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Dios y nuestra confianza




¿Por qué se amotinan las gentes, Y los pueblos piensan cosas vanas? (Salmos 2:1)


¿Depende la seguridad de nuestra nación de su poder militar? ¿Qué sucedería si tuviésemos que prescindir de nuestras fuerzas armadas? Si hacemos eso, ¿estaríamos a merced de cualquier enemigo? Si eso suena a tontería, es probablemente porque la idea del desarme sería tan imprudente hoy día como lo hubiese sido en el antiguo Israel en medio de los ataques de los filisteos, Asirios, Babilonios, etc. Sin embargo, esa moneda tiene otra cara, puesto que no hay nación que controle su propio futuro de manera exclusiva a través de su propio poder militar.


Inconscientemente, tendemos a confiar en las fuerzas armadas. Contar con ejércitos bien entrenados, armamentos de última generación, etc. nos dan una sensación de «seguridad». No obstante, la Palabra nos enseña otra cosa:


Así ha dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada. (Jeremías 17:5–6)


Mis hermanos, si miramos en el Antiguo Testamento, podremos ver que Dios le dijo a su pueblo Israel que Él podía salvarlos sin arco, ni espada, ni batalla, ni caballos, ni jinetes (Oseas 1:7). Nosotros, como creyentes, necesitamos entender que es Dios quien decide la victoria: «El caballo se alista para el día de la batalla; mas Jehová es el que da la victoria» (Proverbios 21:31).


Tal como indica en Salmos 2, las naciones hacen mucho alboroto y actúan como si su propia fuerza fuese suficiente. Pero el Señor se ríe de los sentimientos exagerados de engreimiento de los líderes que creen que la carrera siempre es de «los ligeros» y «la guerra de los fuertes» (Eclesiastés 9:11).


Hermanos, ¿dónde está puesta nuestra confianza? Si está en el Señor, tendremos la seguridad de que ningún arma o ejército nos puede dar. Además, confiar en Dios conlleva una bendición: «Bienaventurados todos los que en Él confían» (Salmos 2:21). No miremos a los hombres para poner nuestra confianza en ellos, sino en nuestro Dios, quien es el todopoderoso.


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