Sin embargo, en una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende. Por sueño, en visión nocturna, cuando el sueño cae sobre los hombres, cuando se adormecen sobre el lecho, entonces revela al oído de los hombres, y les señala su consejo. (Job 33:14–16)
Un creyente relató lo siguiente una vez: «Un viejo amigo contó una experiencia en la que Dios le mostró su poder y su amor. Había tomado bajo su protección a un compañero de infancia que tuvo una vida desdichada, porque nunca pudo deshacerse de su adicción al alcohol. Nació en una familia de alcohólicos en la que nunca recibió educación religiosa. Con el tiempo se convirtió en un marginal; su aspecto era repulsivo para el resto de la sociedad. Para ayudarlo, nuestro amigo lo empleaba en su jardín y así evitaba que por lo menos durante sus horas de trabajo sucumbiera bajo el dominio de la bebida. Y aprovechó la oportunidad para predicarle varias veces a su amigo de la infancia, pero sin una respuesta positiva.
Llegó un día en que ese pobre hombre fue víctima de una hemorragia cerebral y en seguida cayó en un profundo coma. Mi amigo lo visitaba siempre y aunque estaba en coma, le seguía predicando el evangelio a su amigo de la infancia. Una noche, poco tiempo después, mi amigo pasó frente al hospital. Ya no era hora de visitas, pero sintió la necesidad de ver una vez más al enfermo inconsciente. Un milagro lo esperaba. El hombre había vuelto en sí y lo recibió con un rostro radiante; algo había cambiado en él. El visitante le dijo: —¡Me alegro mucho que te hayas despertado! ¡Ahora vas a poder volver a casa! A lo que el enfermo repuso: —No, el Señor va a venir a buscarme ahora que me salvó. Él borró mis pecados, soy suyo y soy feliz.
Mi amigo nunca supo cómo Dios habló a ese hombre, pero desde entonces está convencido de que en algún momento Dios se dirige a cada uno de nosotros.
Y a usted, ¿cuántas veces lo ha llamado Dios y no ha querido obedecer a su voz que le dice que se arrepienta de sus pecados? Su Palabra dice: «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones» (Hebreos 4:7). ¿Cómo responderá?
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