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Dios no se va




En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa. (Efesios 1:13)


En cada creyente mora el Espíritu de Dios (1 Corintios 6:19), que es nuestra garantía de que un día recibiremos lo que Dios prometió para todos aquellos que creen en su Hijo como el Salvador de sus vidas, a eso se refería Pablo cuando dijo: «que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria» (Efesios 1:14). La palabra «arras», significa: Una promesa, algo que representa parte del precio y pagado de antemano para confirmar la transacción. Usado en el NT solo en un sentido figurado y hablado del Espíritu Santo que Dios ha dado a los creyentes en esta vida presente para asegurarles su herencia futura y eterna.


Por decirlo en términos humanos, el Espíritu es «el sello de garantía» de Dios, no solo con el cual certifica que le pertenecemos, sino que además es la garantía que tenemos de que Dios va a cumplir su promesa en nosotros con completa certeza. El Espíritu Santo es nuestro compañero constante, pues mora dentro de nosotros. Pero ¿ha pensado alguna vez que Dios está con nosotros mientras estamos pecando? Es por eso que su Palabra nos dice:


Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (Efesios 4:30)


Porque cada vez que pecamos, ya sea con el pensamiento, de palabra o de hecho, estamos entristeciendo a Dios mismo, y de cierto modo, lo estamos «exponiendo al pecado» que cometemos. Digo esto, ya que Él prometió que no nos dejaría ni nos desampararía (Hebreos 13:5). Y su Palabra agrega: «¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?»(Santiago 4:5)


Dios es celoso (Deuteronomio 4:24) y nos quiere únicamente para Él. No solo nos anhela, sino que, además, Dios Padre nos escogió en Cristo para ser santos y sin mancha delante de Él (Efesios 1:4), debido a su santidad. Así que, hermanos, no practiquemos más el pecado y pidámosle a Dios que cambie nuestros corazones (Salmos 51:10), asimismo, que nos moldee a la imagen y semejanza de su Hijo Jesucristo. 

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