¿Quién me ha dado a mí primero, para que yo restituya? Todo lo que hay debajo del cielo es mío. (Job 41:11)
Alguna vez han escuchado a alguien decir: «Estoy enojado con Dios porque le pedí algo muchas veces y no me contestó» o «ya no creo en Dios porque no hizo lo que le pedí». Muchas personas se enfadan con Dios porque no les contesta de la forma y en el tiempo que ellos quieren, pero ¿acaso tiene alguna obligación de contestarnos conforme a nuestros deseos? Lo cierto es que ninguna. Si la persona no es creyente, difícilmente será oída por Dios, porque su Palabra es clara: «Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye» (Juan 9:31). Además, si los seres humanos no nos sometemos a la voluntad de Dios, ¿cómo pretendemos que Dios sí se «someta» a la nuestra, si ni siquiera nos molestamos en hacer su voluntad?
Otra de las razones por las que Dios no contesta nuestras oraciones, tiene que ver con lo que dice en la epístola de Santiago: «Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (Santiago 4:3). Nosotros no conocemos el futuro o qué pasaría si Dios nos diera algo que nos perjudicaría. Según nosotros es algo bueno o que necesitamos, pero Él, que lo sabe todo, no nos contesta, pues conoce que no nos beneficiará. Conforme a las Escrituras aprendemos que no sabemos cómo pedirle a Dios. Dice en Romanos 8:26 «Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos [énfasis añadido], pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles».
Aunque nuestro mayor problema radica en la soberbia de pretender o desear que Dios se doblegue o se someta a nuestra voluntad. Sin embargo, no nos damos cuenta de que Él es el Creador, el Dios Todopoderoso, Señor y Soberano de todo lo creado, ¿por qué habría de someterse a lo que una criatura hecha del barro le «manda» o le pide? Claramente, como seres humanos, somos muy soberbios, y el problema es que los creyentes caemos en esta actitud sin darnos cuenta; en vez de decir como el Señor en el huerto de Getsemaní: «pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42), queremos que Dios se someta a nuestros deseos.
Así que, hermanos, pidamos a Dios que nos ayude a hacer siempre su voluntad, dejando la nuestra de lado, para así ser buenos imitadores del Señor Jesús, quien dijo: «Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Juan 6:38).
Comentarios