Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? (Salmo 22:1)
La vida del Señor Jesús estuvo marcada por la obediencia a Dios, su Padre. Él no obedecía por obligación, sino por amor a Dios. Tanto así que avanzando hacia la cruz, dijo: «Para que el mundo conozca que amo al Padre, y como el Padre me mandó, así hago» (Juan 14:31). Obediente, se dejó crucificar dando su vida por sus criaturas culpables. Así proclamó delante del mundo entero su amor por su Padre y por nosotros, puesto que fue «obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8). Ningún amor humano puede compararse al amor del Padre por el Hijo y del Hijo por el Padre.
Aunque este amor tan profundo condujo al Señor Jesús a la cruz. Para poder perdonar nuestra culpa, Dios exigía un rescate, el pago completo de su justicia perfecta. Por lo tanto, el Señor Jesús cargó con nuestros pecados; su Palabra nos dice que “por nosotros lo hizo pecado” (2 Corintios 5:21). Y como lo anunció el profeta Isaías: «mas Él herido fue por nuestras rebeliones… Jehová cargó en Él el pecado de todos nosotros» (Isaías 53:5-10).
En esas horas de angustia indecible, nuestro Señor se volvió hacia el Dios a quien amaba y en quien confiaba. Pero Dios, el Dios santo, había abandonado a su único Hijo, pues había sido cargado con nuestros pecados. No obstante, en su dolor, el Señor Jesucristo clamó a gran voz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46).
No podemos dejar de agradecer, adorar y alabar el nombre de nuestro Señor y Salvador, así como el maravillarnos en este, su día, por el amor tan grande desplegado en la cruz del Calvario por seres tan bajos como nosotros. A pesar de que nosotros estábamos cargados de males, el Cordero de Dios, mansamente tomó nuestro lugar, ¿no es esta una razón suficiente para hacer memoria de Él y de glorificar su nombre hoy y siempre?
Comments