Dios conoce mi corazón
- 5 jun
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Versión en video: https://youtu.be/zDXaSQh6U00
Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo, el Señor, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras. (Jeremías 17:9–10)
¿Alguna vez han escuchado decir: “Dios conoce mi corazón”? Esta es una de esas frases que muchos creyentes repiten como un escudo, especialmente cuando sus acciones no concuerdan con la Palabra de Dios. La intención parece noble: “Sé que no lo estoy haciendo perfecto, pero mi intención es buena, y Dios lo sabe.” Sin embargo, esta frase puede convertirse en una peligrosa excusa cuando se usa para justificar desobediencia.
El problema es que muchas veces no queremos enfrentar la verdad del corazón humano: no es una fuente confiable. El Señor mismo, por medio del profeta Jeremías, nos revela que el corazón es engañoso ¡más que todas las cosas! Y perverso. No es que tenga un poco de error, sino que es radicalmente torcido, al punto que nadie puede conocerlo plenamente, excepto Dios.
Así que cuando decimos “Dios conoce mi corazón”, deberíamos temblar un poco. Porque sí, Él lo conoce —mejor que nosotros mismos. Conoce las intenciones detrás de nuestras palabras amables, los deseos ocultos tras nuestras decisiones aparentemente inofensivas, la pereza espiritual disfrazada de descanso, y la desobediencia maquillada de “libertad cristiana”.
El Señor no se deja engañar. Examina el corazón y recompensa según el fruto, no según la excusa. No mide nuestras vidas por nuestras buenas intenciones, sino por nuestra obediencia a su Palabra. Y esto no es legalismo; es amor. Porque Él nos ha dejado una guía clara, viva y eficaz, para que no dependamos de lo que sentimos, sino de lo que Él ha dicho.
¿Entonces qué debemos hacer? Debemos acercarnos al Señor con humildad, como lo hizo David cuando dijo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos” (Salmo 139:23). Necesitamos que Él nos revele lo que realmente hay en nosotros. Necesitamos que su Espíritu nos guíe a la verdad, no a lo que queremos creer sobre nosotros mismos. Necesitamos un corazón nuevo, uno que no confíe en sí mismo, sino que se rinda ante la autoridad y el amor del Dios soberano.
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