¿Porqué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que digo? (Lucas 6.46 RVR60)
Esta es una pregunta que a cada creyente le debería resonar en todo su ser, pues tantas veces le llamamos Señor a nuestro Salvador Jesús, sin embargo, tantas otras no estamos dispuestos a obedecer lo que nos manda.
El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor? dice Jehová de los ejércitos. (Malaquías 1.6 RVR60)
¿Nos damos cuenta lo que dice Dios acá? Que el hijo obedece a su padre y el esclavo obedece las órdenes de su amo. Pero nosotros le llamamos Padre y también Señor, pero no le damos la honra que merece, ni tampoco le mostramos temor reverente, sino que pecamos sin temor alguno.
Si reconocemos que somos de Él, ¿no deberíamos hacer su voluntad continuamente? Por eso se queja el Señor, porque nosotros no estamos haciendo lo que nos dice que hagamos.
En el pasado, el pueblo de Israel, pueblo que Él mismo escogió, actuó de esa manera, ya que encontramos lo siguiente en la profecía de Isaías y luego dicho por el Señor Jesús mismo (Mateo 15.8):
Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado. (Isaías 29.13 RVR60)
¿No nos tiene que decir estas mismas palabras a los cristianos de hoy en día? En tantas áreas de nuestras vidas estamos siendo rebeldes a sus mandatos. Otra de las cosas que hacemos mucho hoy en día es concentrarnos en hombres de Dios, como por ejemplo, Calvino, Lutero, Spurgeon, Sproul, MacArthur, etc. Es que tantas veces leemos más a estos hombres o repetimos sus palabras, más de lo que hacemos con las palabras de Dios. Por eso su Palabra dice:
Entre tanto, mi pueblo está adherido a la rebelión contra mí; aunque me llaman el Altísimo, ninguno absolutamente me quiere enaltecer. (Oseas 11.7 RVR60)
No solo hablamos de ellos o los citamos, sino que hasta los llegamos alabar y los tomamos como modelos a seguir. Hermanos, el único que merece nuestras alabanzas es nuestro Dios, especialmente el único hombre perfecto, nuestro Señor Jesús:
Según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia. (Efesios 1.4–6 RVR60)
Es mejor que vayamos pensando y examinemos nuestro andar aquí en el mundo; y pidámosle a Dios que nos ayude a ser hijos obedientes, para que podamos darle la honra que merece; y que seamos esclavos (siervos) que honren a su Amo y Señor en todo.
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