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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Devorado tres veces



Vino palabra del Señor a Jonás, hijo de Amitai, diciendo: Levántate, ve a Nínive, la gran ciudad, y proclama contra ella, porque su maldad ha subido hasta mí. (Jonás 1.1–2 LBLA)


Probablemente la gran mayoría de los creyentes hayamos escuchado y/o leído la historia de Jonás; pero este profeta fue devorado no una, sino tres veces. Permítanme explicar esto que acabo de decir.


Primero, Jonás fue devorado por su prejuicio. Nínive era la capital de Asiria; y esta nación destruyó al reino del norte de Israel, llevándolos cautivos en el 720 a.C.; por lo tanto, Jonás los despreciaba y quería que ellos sintieran la ira de Dios (Jon 4.2). Pero vemos que Dios en su misericordia y bondad desea que Jonás vaya a Nínive para advertirles del mal que se cierne sobre ellos, para que se arrepientan y se salven. Sin embargo, debido a su prejuicio, Jonás tomó un barco en dirección contraria (Jon 1.3).


Segundo, a Jonás lo devoró el mar. Cuando leemos el capítulo uno de Jonás, vemos que el barco que abordó el profeta fue azotado por una feroz tormenta. Luego de mucho luchar por salvar la embarcación, los marineros echaron suertes para saber de quién era la culpa por lo que estaban padeciendo «y la suerte cayó sobre Jonás» (Jon 1.7). Cuando lo enfrentaron por eso, él les dijo: —Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará (Jon 1:12). Tras negarse a echarlo por la borda y seguir luchando por salvar el barco, los marineros, al ver que sus esfuerzos eran inútiles, decidieron seguir el consejo de Jonás. Así que cuando las turbulentas aguas lo envolvieron, el profeta fue devorado por el mar y este se aquietó.


Y tercero, a Jonás lo devoró un gran pez que el Señor había provisto para se lo tragara (Jon 1.17). Después de estar tres días en su interior, el profeta confesó su pecado y prometió obedecer al mandato de Dios (Jon 2.1-9).


Luego de ser liberado obedeció el mandamiento de Dios, fue y le predicó el juicio de Dios a Nínive durante tres días; a lo cual, todo la ciudad se arrepintió y Dios los perdonó (Jon 3.1-10).


Así como el profeta Jonás, nosotros somos tercos frente a los mandatos de Dios; y es por esa razón que Él nos permite atravesar circunstancias difíciles, incluso alguna aterradoras con tal de hacernos recapacitar y volvernos a Él en obediencia. Pero les pregunto, hermanos, ¿hay algo que nos esté devorando algún área de nuestras vidas? ¿Nos devora el trabajo, la familia, el dinero, el orgullo, la falta de fe, la falta de perdón, el sexo, etc.?


Amados, no seamos como Jonás, sino que seamos obedientes como el Señor, quien nunca hizo lo que Él quería, pues dijo: Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada (Juan 8.29–30). Sigamos su ejemplo perfecto siempre y no nos dejemos devorar por nada ni nadie.


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