Nunca devuelvan a nadie mal por mal. (Romanos 12.17 NTV)
Un soldado se quedó pasmado cuando escuchó al general Robert E. Lee hablar elogiando a otro oficial. Aquel soldado le dijo: —«General, ¿sabía usted que el hombre del que habla tan bien es uno de sus peores enemigos, y que no pierde ninguna ocasión para difamarlo?». «Sí —dijo el general, pero a mí me pidieron mi opinión de él, no la que él tiene de mí».
Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. (Mateo 5.43–45 RVR60)
La amabilidad del general Lee es una ilustración clara de lo que es devolver bien por mal. Ahora bien, lo que él hizo, en la práctica, no es fácil de hacer; es más, a veces parece imposible de hacerse. Por eso necesitamos escuchar -y mayoritariamente poner en práctica- lo dicho por el Señor Jesús sobre cómo actuar frente a los enemigos, a los que hablan mal de nosotros y nos aborrecen. Si obedecemos a nuestro Salvador en esto, es decir, que pasemos más tiempo conversando con nuestro Padre celestial sobre aquellos que nos tratan mal (no para quejarnos, claro), pidiéndole su ayuda y fuerza para obedecer en esta área, será mucho más fácil amarlos y hablar bien de ellos. No obstante, nuestra costumbre es, en situaciones como estas, devolver mal por mal, ya que lo que hacemos es ir donde alguien cercano y hablar pestes de esta persona que habla mal de nosotros; y peor aún, le ponemos mal en todos lados donde vamos. ¿Es eso lo que nos dijo el Señor que debíamos hacer? ¿Qué nos manda Dios en su Palabra?
Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. (Romanos 12.19 LBLA)
Además, sería totalmente incongruente de nuestra parte si hablamos mal o tratamos mal a alguien por quien hemos pedido a Dios. Vuelvo a repetir, esta es una lección muy difícil de aprender (lo digo por experiencia propia), porque nuestra carne se resiente terriblemente, especialmente si somos orgullosos y sentimos que somos mejores que otros.
Así que, hermanos, doblemos nuestras rodillas, levantemos nuestras voces a Dios, y pidámosle a Dios su ayuda en estas situaciones, para que aprendamos a bendecir a nuestros enemigos, a que hagamos el bien y oremos por ellos. Que ponga verdadero amor por aquellos que nos aborrecen, además de pedirle que ponga freno a nuestras lenguas (Salmos 141.3). Porque debemos ser como nuestro Señor Jesús:
Nos dio un ejemplo para que sigamos sus pasos. Cristo no cometió ningún pecado, ni hubo engaño en su boca. Cuando lo maldecían, no respondía con maldición; cuando sufría, no amenazaba, sino que remitía su causa al que juzga con justicia. (1 Pedro 2.21–23 RVC)
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