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Detenido de forma poderosa

  • 1 mar 2023
  • 2 Min. de lectura

¿No es mi palabra como fuego, dice el Señor, y como martillo que quebranta la piedra? (Jeremías 23:29)

La palabra del Dios nuestro permanece para siempre. (Isaías 40:8)


Cabizbajo y con paso lento, Michel se dirigió a la obra de construcción. Estaba profundamente triste. ¿Cómo había podido llegar a ese estado? ¿Por qué su vida le parecía un fracaso en todos los aspectos? Antes de salir de su apartamento, le comentó a su amiga que no esperaba nada de la existencia y que prefería morir. Al llegar a la obra, dijo a su jefe en son de broma: «¡Si ves a un hombre colgado del andamio, seré yo!». Entonces se dirigió a la escalera y subió. De repente el andamio se derrumbó.


Michel se despertó en el hospital, víctima de graves fracturas. En lo más profundo de su ser experimentaba una extraña sensación… Él no creía en Dios, sin embargo, un pensamiento se imponía: alguien había comprendido su angustia y puso un freno a su vida. No con la muerte, sino a través de horas de angustia y meses de reflexión solo. ¿Solo? No del todo, porque ese Dios a quien no conocía le hablaría.

Su hermana le regaló una Biblia. Cierta noche decidió abrirla solo para ver, o más bien, para asegurarse, de que era un libro anticuado. Pero muy pronto comprendió que la Biblia, al contrario de lo que él pensaba, era un libro actual, que lo conocía a fondo y le mostraba todo su fracaso. Ese libro también le presentó la única solución a sus problemas: poner su confianza en un Dios que perdona. Michel se resistió a aceptar la invitación de Dios más de un año. Pero después, al creer en Jesucristo, quien murió por él en la cruz, se convirtió en un hijo de Dios.

Fuente: La Buena Semilla


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