Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. (Filipenses 4.7)
La paz que nos dejó el Señor Jesús (Juan 14.27), es una paz que muchas veces es inexplicable, tal como leemos en el versículo del encabezado. La Paz de Dios puede llenar nuestros corazones aun en el dolor más profundo.
Una hermana escribía su experiencia tras perder a su padre y decía: «Mientras muchos conocidos pasaban a dar su pésame, me ayudó ver a una buena amiga de la escuela secundaria. Sin decir nada, me abrazó fuerte. Su empatía silenciosa me inundó con el primer sentimiento de paz aquel día triste y difícil, y me recordó que no estaba sola».
Lo cierto es que en momentos difíciles como aquellos, un creyente puede estar en paz a pesar de lo que está viviendo, porque además de la paz que le brinda Dios, también le da consuelo (2 Corintios 2.3–5)
Ahora, si miramos en el Salmo 16, podremos darnos cuenta que la clase de paz y gozo que Dios nos da no procede de decidir afrontar estoicamente el dolor, sino que es un regalo que experimentamos de manera inevitable al refugiarnos en nuestro buen Dios (VV. 1-2). Y podemos decir como el salmista:
Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia. (Salmos 16.7 RVR60)
Esto es lo hermoso que poseemos, que podemos acudir al Señor, confiando en que —aunque no entendamos por qué sufrimos— la vida que nos ha dado es hermosa y buena. Además, podemos entregarnos en sus brazos de amor que, con ternura, nos sostienen para atravesar el dolor y nos dan una paz y un gozo que ni aun la muerte puede apagar, porque dice en este mismo capítulo de Salmos:
Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre. (Salmos 16.11 RVR60)
Permitamos que Dios nos sostenga en los momentos difíciles, que nos provea de consuelo y nos envuelva con todo su amor, para que descansemos en aquel que nos ama con amor eterno (Jeremías 31.3).
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