Y les dijo: Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo; por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar. (Hechos 10.28–29 RVR60)
Longfellow escribió: «La vida sigue pegada a la pared, pero con cada ráfaga de viento, las hojas secas se caen». De igual modo que con la vid, muchas iglesias se mantienen pegadas a una pared de programas que literalmente se están desmoronando, y tristemente están perdiendo miembros como si fueran hojas secas llevadas por los vientos de nuestro tiempo. Por decirlo de otra forma, rehusamos estar incómodos. Nos gusta quedarnos con lo conocido, lo predecible, lo usual, lo que nos hace sentir bien, porque estamos habituados a ello.
De alguna forma nuestra actitud se parece a como se sentía el apóstol Pedro antes de que el Señor lo llevara a pisar territorio nuevo e incómodo para Él. El apóstol sabía que la estrategia del Señor era hablar en Jerusalén, Judea, Samaria y luego lo último de la tierra (Hechos 1.8). Pero él no se sentía cómodo con los gentiles, les eran desagradables debido al prejuicio y el desprecio que le habían inculcado desde pequeño. Sin embargo, Dios lo sacó de su comodidad para que fuera a la casa de Cornelio y diera las nuevas sobre Jesús, tal como leemos en los versículos del encabezado.
Al igual que con Pedro, la iglesia a veces se queda encerrada en sus cuatro paredes esperando que los inconversos vengan a ellos; rogando para que las personas inconversas sean de su agrado. Es parte de nuestra naturaleza como humanos, eso de tender a quedarnos donde nos sintamos cómodos, donde no nos sintamos amenazados, entre las personas que nos hacen sentir aceptados y amados. No obstante, el Señor Jesús dijo:
Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? Porque también los pecadores hacen lo mismo. (Lucas 6.32–33 RVR60)
Lo cierto es que necesitamos una clara visión de la compasión que Dios tuvo por nosotros e imitarla, porque bien nos dijo el Señor: «Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso» (Lucas 6.36 RVR60). La misericordia de Dios le movió a enviar a su Hijo Jesús; la misericordia hizo que el Señor se pusiera en la peor de las posiciones, esto es, colgado en una cruz, pagando como un malhechor siendo Él completamente inocente.
Mis amados, es necesario que por causa de los perdidos, seamos sacados de nuestra comodidad y así llegar a aquellos por quienes el Salvador dio su vida. O ¿será que estamos demasiado cómodos donde estamos?
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