Así también ustedes, hermanos míos, por medio del cuerpo de Cristo han muerto a la ley, para pertenecer a otro, al que resucitó de los muertos, a fin de que demos fruto para Dios. (Romanos 7.4 RVC)
En este versículo, Pablo le decía a los hermanos de la iglesia local de Roma, así como a nosotros hoy en día, que como creyentes salvados, debemos dar frutos para Dios. Pero ¿cuáles son los frutos que debemos dar? Veamos algunos frutos que se mencionan en las escrituras:
a. Los frutos del Espíritu. Estos son 9 frutos que se enumeran en Gálatas 5.22–23: «Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza». ¿Nuestros más cercanos podrían decir que tenemos uno o más de uno de estos frutos?
b. El fruto de justicia. Dice su Palabra: «para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios» (Filipenses 1.10–11 RVR60). Estos son los frutos que producen una relación correcta entre Dios y el creyente. Nadie puede producirlos por sí solo, por su propio esfuerzo, sino que son frutos que vienen por medio de Jesucristo (V11), porque sin Él el discípulo nada puede hacer (Juan 15.5). Y este fruto tiene directa relación con la paz (ver Santiago 3.18).
c. El fruto de santidad. Leemos en Romanos 6.22: «Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna». Tanto en el AT como en el NT encontramos que se nos dice que debemos ser santos, porque nuestro Dios es Santo (Levítico 11.44-45; 1 Pedro 1.16). La santidad y la santificación significa poner aparte para Dios. Por lo tanto, podríamos decir que la santificación es la acción de llegar a ser más dedicado personalmente a Dios; especialmente llegando a ser más diferente, devoto y moralmente puro.
d. Los frutos de las buenas obras. Dice su Palabra: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Efesios 2.10). Dios obra en la vida del creyente y, por eso, sus obras son buenas. Sus obras no son buenas porque el creyente sea bueno, sino porque tiene una nueva naturaleza de parte de Dios, y porque el Espíritu Santo obra en él y a través de Él para producir estas buenas obras.
e.Dar frutos es nuestra vocación. Dijo el Señor: «No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé» (Juan 15.16).
Mis hermanos, dar frutos es una manifestación de nuestro nuevo nacimiento, ya que por ellos somos conocidos por otros (ver Mateo 7.16-20). ¿Estamos dando frutos para Dios de manera continua? Tengamos cuidado de no dar, porque el Señor Jesús dijo:
Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Él corta de mí toda rama que no produce fruto y poda las ramas que sí dan fruto, para que den aún más. (Juan 15.1–2 NTV)
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