Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. (1 Corintios 2:2)
Muchas personas leen la Biblia pero no todos la interpretan de la misma forma. ¿A quién se debe creer? Es una pregunta muy legítima. No equivocarse acerca del mensaje de la Palabra de Dios es primordial. He aquí algunas sugerencias sencillas para no ser engañados:
1. El agua de un río es más pura cerca de la fuente que kilómetros más abajo. Asimismo, el mensaje de las Escrituras puede ser deformado por toda las interpretaciones que se le dan. De ahí la necesidad de leer la Biblia misma y no aceptar interpretaciones sin buscar primeramente la fuente; tal como lo hicieron los judíos de la sinagoga de la cuidad de Berea (Hechos 17:10–12).
2. El Señor Jesús dijo que de los niños es el reino de los cielos (Mateo 19:14). Por lo tanto, cada uno de nosotros puede hacer un sencillo examen: Lo que alguien está explicando de las Escrituras, ¿lo puede entender un niño? ¿O es un mensaje muy complicado, lleno de simbología y reservado solo para los eruditos?
3. En la Biblia se afirma que ella es inspirada por Dios (2 Timoteo 3:16), entonces preguntémonos si lo que nos están diciendo nos ayuda a comprender lo que leemos o si solo se apoya en algunas expresiones aisladas de su contexto.
4. Finalmente, juzguemos si en todo lo que se nos enseña se le da el primer lugar, la preponderancia, la honra y la gloria que el Señor Jesús se merece, tal como lo vemos en las Escrituras, de no ser así podemos desechar lo que estamos escuchando. Bien dice su Palabra:
Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. (1 Corintios 12:3)
Con estos sencillos pasos podremos filtrar muchos de los engaños que el maligno ha popularizado, especialmente en estos últimos tiempos. Así que, leamos la Biblia, porque solo ella transforma la vida de quienes han depositado su fe en el Señor Jesús como su salvador personal.
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