Alexis Sazo
Cuando nosotros somos el problema

Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. (Romanos 2:1)
Había un hombre que tenía dificultad para comunicarse con su esposa, por lo que concluyó que ella se estaba quedando sorda. Así que decidió probar su punto haciendo una prueba sin que su esposa lo supiera.
Una noche se sentó en una silla al otro extremo de la habitación. Ella estaba de espaldas a él, por lo cual no lo veía. Entonces el hombre susurró: «¿Me escuchas?» Esperó pero no hubo respuesta, así que se acercó un poco y volvió a preguntar susurrando: «¿Me escuchas?» De nuevo, nada, solo silencio. Siguió acercándose a su esposa sin hacer ruido, y cuando estuvo en posición volvió a repetir la pregunta con un susurro: «¿Me escuchas?». Finalmente se puso detrás de su esposa y dijo: «¿Me escuchas?». Para su sorpresa ella respondió con irritación: «¡Por cuarta vez, sí, te escucho!»
¡Qué advertencia para nosotros respecto a lo que es juzgar a los demás! Así somos muchas veces, vemos el problema en otros (o al menos eso pensamos), pero lo cierto es que el problema somos nosotros. Bien nos dicen las escrituras:
Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano, murmura de la ley y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres hacedor de la ley, sino juez. Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro? (Santiago 4:11–12)
La mayoría de nosotros critica a los demás para cubrir las mismas faltas en nuestras propias vidas. También tendemos a encontrar faltas en alguien, cuando en realidad nosotros somos los que estamos equivocados, no la otra persona.
El Señor Jesús conocía bien nuestra naturaleza humana, por eso dijo: «Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados» (Lucas 6:36–37).
Por esta razón debemos pedir a Dios que nos libre de caer en esto de hacernos jueces a nosotros mismos, porque todos los juicios fueron entregados únicamente al Señor Jesús (Juan 5:22) y no a nosotros.