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Cuando el corazón es herido

  • 3 jun
  • 2 Min. de lectura


Versión en video: https://youtu.be/_LWWJhlCEJA


Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. (Mateo 18:15)


Siguiendo un poco el tema que hablaba ayer; a lo largo de nuestro caminar con el Señor Jesús, uno de los dolores más profundos que podemos experimentar no proviene del mundo, sino de aquellos que comparten con nosotros la fe. Un hermano que traiciona tu confianza, que miente, hiere con palabras o acciones, puede dejar una herida invisible pero profunda. Y en ese momento, nuestro corazón clama por justicia, por verdad, o simplemente, por alivio.


La Palabra de Dios no es ajena a esta experiencia. El mismo Señor Jesús fue traicionado por uno de los suyos: Judas, quien había caminado con Él, oído sus enseñanzas y compartido su mesa. Y, aun así, el Señor no respondió con odio, sino con mansedumbre y cumplimiento del propósito divino. Él sabe lo que se siente ser herido por un amigo cercano.


La Biblia nos llama no solo a perdonar (Colosenses 3:13), sino a confrontar con amor (Mateo 18:15), restaurar con mansedumbre (Gálatas 6:1), y seguir amando sinceramente (1 Pedro 1:22). Esto no significa permitir abusos o ignorar el pecado, sino obedecer al Señor en cómo tratamos con el pecado de otros, sin dejar que la amargura eche raíces.


Humanamente hablando, después de ser heridos, sentimos deseos de aislarnos o de desconfiar. Pero el Señor nos llama a no endurecer el corazón. Él nos invita a descansar en su fidelidad, que nunca cambia. Aunque los hombres fallen, Él permanece fiel. Aunque algunos hermanos fallen, su iglesia sigue siendo su cuerpo, y Él sigue obrando en ella.


Pero ¿qué pasa con el dolor que permanece? ¿Quién consuela al que fue herido? Su Palabra nos dice que Dios está cercano al quebrantado de corazón (Salmo 34:18). Él no solo nos enseña a actuar correctamente, sino que también promete estar con nosotros en medio del sufrimiento. Él sana nuestras heridas, nos da paz y nos recuerda que en su amor no falta nada. Asimismo, nos invita a dejar nuestras cargas en sus manos y descansar (Mateo 11:28–29).

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