Piensa, llegará el día de la visitación de la muerte; sí, la muerte tocará tu puerta, ya sea que quieras abrirle o no, entrará igual, pues no respeta edad ni posición social, ni cultura o color político. Pero cuando te visite, ¿a dónde te llevará? Pues, al lugar que escogiste.
Si eres de aquellas personas que no tomó en cuenta a Dios y no quiso creer en Jesús como su salvador y vivió sin preocuparse del futuro eterno de su alma, conforme a las escrituras, llegarás al lugar de condenación.
El que en él (Jesús) cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. (Juan 3.18 RVC)
No, no existe manera de regresar de la muerte; no existe rezo, ni manda, ni santo, ni humano, ni divino que pueda regresarte o sacarte del lugar preparado para Satanás y sus demonios, y para todos los que cerraron la puerta al Dios real.
Y así como cada persona está destinada a morir una sola vez y después vendrá el juicio (Hebreos 9.27 NTV)
Sin importar lo mucho que el ser humano se afana por alargar su vida sobre esta tierra, nadie vive eternamente. Dios nos ha dado una cantidad determinada de años y un día todos tendremos que partir de este mundo; esto se conoce como: “la ley de la vida”. Por esta razón es bueno meditar qué hay más allá de la muerte. Muchos han tratado de responder esta pregunta, pero solo Dios tiene la respuesta. Él nos dice que hay solo dos lugares:
Entren por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella. Pero estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la encuentran. (Mateo 7.13–14 RVC)
De aquel lugar de perdición, al que lleva este camino ancho, el mismo Señor Jesús dijo: allí será el lloro y el crujir de dientes. (Mateo 8.12)
Ven a Jesús mientras aún hay tiempo, porque vendrá el tiempo en que ya no habrá más salvación, porque aquella puerta angosta se cerrará. No demores, porque mañana puede ser muy tarde.
Hoy te he dado a elegir entre la vida y la muerte, entre bendiciones y maldiciones. Ahora pongo al cielo y a la tierra como testigos de la decisión que tomes. (Deuteronomio 30.19 NTV)
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