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  • Foto del escritorAlexis Sazo

Cristo, nuestro sustituto



Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)


Como redimidos, nunca olvidemos que nuestra vida pecaminosa nos habría llevado finalmente al lugar de los tormentos, el castigo eterno, apartados de la presencia de Dios. Sí, ese habría sido nuestro destino de no haber sido por la gracia de Dios. Pero ¿cómo pudimos escapar de tan terrible final? La respuesta es clara: Cristo, nuestro sustituto. Dios nos mostró la única solución posible: La fe en su Hijo Jesucristo, quien tomó nuestro lugar en la cruz, recibiendo el juicio y la ira de Dios. ¡Qué gran precio! Pero ¡qué bendición más inconmensurable!


Ahora bien, contemplemos a nuestro maravilloso sustituto. Cuando los soldados de los principales sacerdotes apresaron al Señor Jesús en el huerto de Getsemaní, Él le dijo: «Si me buscáis a mí, dejad ir a estos» (Juan 18:8). Anteriormente a los apóstoles les había dicho: «Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (Juan 15:13). Y eso fue precisamente lo que hizo el Señor, poner su vida por nosotros, a quienes considera sus amigos, librándonos del castigo. ¿Somos conscientes de su gran amor por nosotros?


Precisamente en los sufrimientos que tuvo que soportar en la cruz del Calvario, su amor fue manifestado con hechos de la manera más profunda. Primeramente, sus más cercanos lo abandonaron, luego, sus enemigos descargaron toda su maldad sobre Él. Y Dios no solo derramó su ira sobre Él cuando fue hecho pecado (2 Corintios 5:21), sino que además le abandonó. Este abandono fue a consecuencia de que todos nuestros pecados fueron puestos sobre Él, sustituyéndonos, pues ese debió haber sido nuestro lugar. No obstante, nuestro Señor tuvo que soportarlo todo por amor de sus criaturas caídas.


Sin embargo, su amor por nosotros fue más fuerte que todo lo demás, haciéndole menospreciar todos los padecimientos de la cruz. Por eso dice en Hebreos: «el cual, por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios» (Hebreos 12:2). Por esta razón, al Señor Jesús, le pertenece toda nuestra adoración y nuestro más sincera y profunda gratitud por toda la eternidad. Hoy, hermanos, hagamos memoria de nuestro Salvador, dándole la gloria, la honra y la alabanza que solo Cristo merece, quien es nuestro sustituto.


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