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Cristo, el centro de atención



Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia. (Colosenses 1.17–18 RVR60)


Un helado día de invierno, Cristina estaba parada mirando el hermoso faro rodeado de nieve junto al lago. Cuando sacó el teléfono para tomar fotos, se le empañaron los anteojos. Como no podía ver nada, decidió apuntar con la cámara hacia el faro, y tomó tres fotos desde diferentes ángulos. Más tarde, cuando las miró, se dio cuenta de que la cámara estaba en modo selfie, y riéndose, decía: «Mi foco era yo, yo y yo. Lo único que podía ver era a mí misma».


Esta historia anecdótica nos hace pensar en un error similar que cometemos los creyentes y que es que podemos estar tan enfocados en nosotros mismos que perdemos de vista el panorama más amplio del plan de Dios. Nos centramos solo en nosotros mismos, en nuestros deseos, nuestros trabajos, la familia, etc. No obstante, la Palabra de Dios nos dice claramente dónde debemos tener puesta nuestra mirada:


Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe… (Hebreos 12.1–2 RVR60)


Un buen ejemplo de esto es Juan el bautista, quien era primo del Señor Jesús. Él sabía perfectamente que el centro no era él, sino el Señor. Desde el comienzo, reconoció que su posición –o llamado– era guiar a otros hacia Jesús, el Hijo de Dios. Por eso, al ver que el Señor se acercaba a él y a sus seguidores, dijo: «He aquí el Cordero de Dios» (Juan 1.29 RVR60), como diciendo: «mírenlo a él, no a mí. Él es el centro, no yo». Más tarde, cuando supo que el Señor Jesús estaba ganando seguidores, declaró: «Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. […] Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (Juan 3.28-30 RVR60).


Del mismo modo debemos conducirnos nosotros los creyentes, siempre dirigiendo nuestra vista hacia el Señor, y haciendo que otros le miren a Él. Mis hermanos, debemos procurar en todo momento, que Cristo sea el centro de nuestra atención.


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