No andarás de calumniador entre tu pueblo; no harás nada contra la vida de tu prójimo; yo soy el Señor. (Levítico 19.16 LBLA)
En nuestra naturaleza humana existe un rasgo que todos detestamos en otros pero que muchas veces es un rasgo característico de nuestra propia persona y eso es ser chismoso. En su Palabra podemos ver que a Dios no le gustan los chismosos, ni menos que nos juntemos con ellos (Proverbios 11.13; 20.19). Alguno se preguntará ¿y qué tiene de malo uno que otro chisme? Lo malo, es que los chismes dividen, generan conflictos dentro de los grupos y Dios no quiere eso para su pueblo.
Y ahora, mis amados hermanos, les pido algo más. Tengan cuidado con los que causan divisiones y trastornan la fe de los creyentes al enseñar cosas que van en contra de las que a ustedes se les enseñaron. Manténganse lejos de ellos. (Romanos 16.17 NTV)
Por lo tanto, si no prestamos oídos a los chismes, estos terminarán por acabarse; ya que los chismosos se perpetúan en el tiempo porque hay orejas que oyen esos chismes.
Hermanos, todo esto tiene dos causas:
a. Lo que hay en nuestros corazones, bien dijo el Señor:
El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca. (Lucas 6.45 RVR60)
b. La incapacidad de controlar nuestras lenguas:
Pero ningún hombre puede domar la lengua; es un mal turbulento y lleno de veneno mortal. (Santiago 3.8 LBLA)
Así que, hermanos, para acabar con los chismes dentro de cada uno, primeramente, debemos llenarnos de Dios y de su Palabra, para así tener un buen tesoro de donde sacar buenas cosas cuando hablemos; y en segundo lugar, debemos pedirle a Él que controle nuestras lenguas, pues para nosotros como seres humanos nos es imposible hacerlo. Por eso, cada día debemos orar diciéndole a Dios:
Toma control de lo que digo, oh Señor, y guarda mis labios. No permitas que me deslice hacia el mal ni que me involucre en actos perversos. No me dejes participar de los manjares de quienes hacen lo malo. (Salmos 141.3–4 NTV)
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