He visto todas las obras que se han hecho bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y correr tras el viento. (Eclesiastés 1:14 LBLA)
Un turista norteamericano se había propuesto visitar la casa que habitó William Shakespeare. Su coche se deslizaba a gran velocidad, cuando de pronto se detuvo para preguntarle a un campesino: —Dígame, buen hombre, ¿es este el camino que lleva a la casa de Shakespeare?
—Sí, señor —le contestó el rústico campesino—, pero no se apure tanto, que hace mucho tiempo que murió.
La salida chistosa de este buen hombre ignorante nos hace pensar en tantas personas que corren alocadamente detrás de personas muertas, famosas por su arte o su ingenio. Y nosotros, ¿detrás de qué estamos corriendo? Su Palabra nos dice tras quién debemos correr:
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. (Hebreos 12:1–2a)
A veces se nos olvida esta verdad, porque las cosas de este mundo nos encandilan con su brillo. Dios, quien conoce que nuestra memoria es frágil, nos dejó este recordatorio «Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:16–17).
Hagámonos la siguiente pregunta: ¿Estoy corriendo por el camino de este bendito Señor y Salvador, siguiendo sus pasos? O ¿estoy corriendo tras las cosas de esta vida y del mundo?
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