No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. (1 Corintios 9:24)
En 1981, muchas personas conocieron la historia del corredor Eric Liddell a través de la película Carros de fuego (Chariots of Fire). La misma representaba la dedicación de aquel atleta escocés quien ganó la medalla de oro en los 400 metros y la de bronce en la de 200 metros, en los JJ.OO. de París 1924; y especialmente mostró su devoción a Dios al negarse a participar en la prueba de los 100 metros (su especialidad) durante el día del Señor, prefiriendo así dar gloria a Dios que recibir la gloria olímpica dada por el ser humano.
Ian Charleston, el actor que interpretó el papel de Eric Liddell en la película, tuvo que aprender a correr con la cabeza hacia atrás, ya que ese era el estilo de dicho atleta. El sexto día de filmación, Charleston concluyó que el estilo tan poco convencional de correr que tenía Liddell para correr estaba inspirado en la confianza. Eric «confiaba en llegar» —dijo Charleston— porque corría con fe; ni siquiera miraba por donde iba».
Esa misma fe la tenía en su vida espiritual; ya que fue por fe que al año siguiente viajó como misionero a China. Con su mirada puesta en lo alto, siempre confiando en su Señor, murió varios años más tarde (1945) en un campo de concentración japonés, sirviendo fielmente a Dios.
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe. (Hebreos 12:1–2)
En estos versículos encontramos que Dios nos dice que corramos con los ojos puestos en Jesús, no en las cosas de la tierra, así como corría Eric Liddell, sin mirar el camino, sino confiando que habría de alcanzar la meta, siempre mirando a lo alto. Así que, corramos con nuestras miradas en lo alto, confiando en que nuestro «entrenador celestial» nos llevará a la meta que Él ha puesto delante de nosotros.
Así como el ejemplo de Liddell, corramos con nuestra fe puesta en lo alto; no para ser vistos de los hombres y recibir gloria de ellos, así como sus aplausos, sus trofeos y sus medallas, sino que corramos para alcanzar aquella «corona incorruptible» (1 Corintios 9:25) que nos ofrece Dios. Y usted ¿cómo está corriendo su carrera?
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