En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa. (Efesios 1.13)
En cada creyente mora el Espíritu de Dios, que es nuestra garantía de que un día recibiremos lo que Dios prometió para todos aquellos que creen en su Hijo como el Salvador de sus vidas. Además, por decirlo en términos humanos, el Espíritu es “el sello de calidad” de Dios con el cual certifica que le pertenecemos. El Espíritu Santo es nuestro compañero constante, pues mora dentro de nosotros (1 Cor. 6.19). Pero ¿ha pensado alguna vez que Dios está usted cuando estás pecando? Su palabra nos dice:
Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. (Efesios 4.30)
Cada vez que pecamos, ya sea con el pensamiento, de palabra o de hecho, estamos entristeciendo a Dios mismo y lo estamos exponiendo a “vivir el pecado” que cometemos. Digo esto, ya que Él prometió que no nos dejaría ni nos desampararía (Hebreos 13:5). Y su palabra agrega:
¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente? (Santiago 4.5)
Dios es celoso (Deuteronomio 4.24) y nos quiere únicamente para Él. No solo nos anhela, sino que además, Dios Padre nos escogió en Cristo para ser santos y sin mancha delante de Él (Efesios 1.4). Así que, hermanos, no practiquemos más el pecado y pidámosle a Dios que cambie nuestros corazones (Salmos 51.10), que nos moldee a la imagen y semejanza de su Hijo Jesucristo. Y asimismo, tengamos temor de pecar contra Jehová, porque estamos ante sus ojos permanentemente:
Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos. (Proverbios 15.3)
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