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Conocido por su nombre



Y el Señor dijo a Moisés: También haré esto que has hablado, por cuanto has hallado gracia ante mis ojos y te he conocido por tu nombre. (Éxodo 33.17 LBLA)


Al principio del año académico, la directora de una escuela prometió aprender el nombre de los 600 alumnos que asistían. El que dudara de su capacidad o determinación podía revisar sus antecedentes: el año anterior, había aprendido el nombre de 700 alumnos; y, previo a eso, el de 400 más en diferentes escuelas. Pensemos en cuán importante habrá sido para esos estudiantes que ella los reconociera y los saludara por sus nombres.


Porque que bien se siente que nos llamen por nuestros nombres, nuestros profesores, el médico al que fuimos a ver por alguna dolencia o quizás nuestro jefe cuando somos nuevos en un trabajo. Esto nos hace sentir que la otra persona se ha tomado el tiempo de al menos conocer nuestros nombres.


Cuando leemos en el evangelio de Lucas, encontramos la historia de aquel cobrador de impuestos de la ciudad de Jericó llamado Zaqueo (Lucas 19:1-10), en ella encontramos un elemento de reconocimiento personal sorprendente por parte del Señor Jesús. Mientras el Señor pasaba por Jericó, un próspero recaudador de impuestos, llamado Zaqueo, trepó a un árbol para verlo porque era bajo de estatura. Pero cuál no fue su sorpresa cuando el Señor llegó a aquel lugar, miró hacia arriba y le dijo: «Zaqueo, date prisa y desciende, porque hoy debo quedarme en tu casa» (v. 5). En vez de pasar de largo o de decirle: «Oye, tú, fulano de tal que estás en ese árbol, baja». Pero lo que leemos es que el Señor Jesús le llamó por su nombre; y este encuentro cambió su vida para siempre.


Cuando conocemos el nombre de alguien, es porque sabemos algo de esa persona, porque nuestros nombres nos identifican. Aunque, claro, a diferencia de nosotros, el Señor, al ser Dios, conocía a Zaqueo desde antes de la fundación del mundo. Esto me hace recordar las palabras de Dios al profeta Jeremías:


Antes de que yo te formara en el vientre, te conocí. Antes de que nacieras, te santifiqué y te presenté ante las naciones como mi profeta. (Jeremías 1.5 RVC)


Muchas veces, el maligno nos trata de engañar para que pensemos que nadie sabe quiénes somos y que nadie interesa por nosotros; sin embargo, recordemos que nuestro Salvador nos conoce de manera personal, y no solo por nuestro nombre, sino que además anhela que nos relacionemos con Él personalmente. Porque Él quiere que lo conozcamos tal como Él nos conoce a nosotros.


Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido. (1 Corintios 13.12 RVR60)


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