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Conocer la verdad



Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. (Juan 8:31–32)


¿Que es la verdad? —Preguntó Pilato al Señor Jesús, pero salió sin esperar respuesta. Cuando leemos de su actitud claramente podemos preguntarnos: ¿Realmente quiso conocer la verdad? Claramente no, porque ni siquiera entendió que delante de él estaba aquel que no solo tenía la verdad, sino que era la verdad misma:


Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (Juan 14:6)


Por lo tanto, para conocer la verdad, hay que conocer al Señor Jesús, porque solo Él puede revelarnos quién es Dios y quiénes somos nosotros. Únicamente Él hace penetrar la luz en las zonas más oscuras de nuestra vida, aquellas de las que quizás tengamos vergüenza y que escondemos cuidadosamente a los demás, y a nosotros mismos. Jesús puede hacerlo, y lo hace porque nos ama y quiere librarnos de la esclavitud de la mentira y de la falsedad. Porque conocer la verdad nos hace libres (Juan 8:32).


Mis hermanos, para que podamos conocer la verdad de manera cada vez más profunda debemos permitir que la Palabra de Dios penetre profundamente en nuestras mentes y corazones, para ello necesitamos meditarla y vivirla; ya que por medio de ella somos «enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús» (Efesios 4:21). No basta con citar con textos bíblicos correctamente o adherirse a doctrinas justas para vivir en conformidad con la verdad; sino que es necesario que la conozcamos, la vivamos y, sobre todo, la apliquemos en todo aspecto de nuestras vidas.


Y si permanecemos en la verdad, eso implica que debemos rechazar la falsedad en todas sus formas. Esto es necesario para mantenernos en la verdad, «para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo» (Efesios 4:14–15).


Así que, hermanos, crezcamos en el conocimiento de la verdad, deleitándonos cada día en nuestro Dios, tal como decía el apóstol Juan: «Sea con vosotros gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor» (2 Juan 3).


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